16 de julio de 2011

Perdido edén filipino

José Rizal.
El novelista Jorge Ordaz (1946), barcelonés  de nacimiento y asturiano de residencia, ha cultivado un tema por desgracia infrecuente en nuestras letras: la presencia española en Filipinas, con todas sus implicaciones de exotismo colonial y travesías marítimas por mares ignotos.

Que sepamos, Ordaz ha dedicado a las aventuras filipinas dos novelas: La Perla del Oriente (Finalista Premio Nadal 1993) y Perdido edén (2004).

Ordaz es un gran conocedor de la historia española en Filipinas y prueba de ello es su edición y estudio en 1992 del clásico en nuestra lengua de la literatura filipina, Noli me tángere (1887), del escritor y mártir de la independencia filipina José Rizal (1861-1896). [1]

Desde el blog de Ordaz http://jorgeordaz.blogspot.com/ puede descargarse en formato PDF su curioso Cuaderno de Manila, notas de un viaje de nuestro autor a las islas Filipinas en 1998.  

Jaime Gil de Biedma.
Vaya, desde el Diario del artista seriamente enfermo (1974) de Jaime Gil de Biedma (1929-1990) no había vuelto a encontrarme con crónicas contemporáneas de viajes por el lejano archipiélago. Este diario fue escrito, en realidad, en 1956 con ocasión del primer viaje del autor a Filipinas en calidad de abogado de la Compañía Tabacalera. El diario se divide en tres cuadernos titulados: “Las islas de Circe”, “Informe sobre la administración general en Filipinas” y “De regreso en Ítaca”. Algunos poemas de Gil de Biedma se refieren a su estancia en Filipinas, como, por ejemplo, “Días de Pagsanján” o “La novela de un joven pobre”.

Pero volvamos a Jorge Ordaz y sus dos amenísimas historias sobre las colonias españolas en el Pacífico. Nunca hasta ahora en la literatura española habíamos asistido a una recreación tan documentada y sugestiva de la vida en la Manila inmediatamente anterior a la pérdida de Filipinas por parte de la metrópoli española en 1898.

De la mano de Ordaz nos internamos así en un mundo novedoso y fascinante. Abunda en el texto un vocabulario exótico, pleno de referencias tagalas: baguio (ciclón), anfión (opio), bahay (casa de caña y nipa), asuang (duende), barangay (barrio), bata (criado), carabao (búfalo), castila (español), sangley (chino), filibustero (partidario de la independencia filipina), megandá (hermosa), parián (mercado), tulisanes (bandidos) etc.

Intramuros de Manila.
Las referencias a extraños cultivos y viandas, típicas vestimentas, lujuriante vegetación tropical, etc. nos sitúan permanentemente en un mundo tangible a la vez que remoto. Por ejemplo, los filipinos luciendo sus mejores galas vestían de la siguiente manera:

“…ellos con sus camisas de sinamay labradas o de finísimo jusi – que no se lavan y sólo admiten una postura – con botonaduras de nácar y perlas de Joló; ellas con sus vistosas sayas encarnadas a cuadros verdes y amarillos y tapis de seda, camisolas de piña y chinelas bordadas de oro”.

Al mismo tiempo, se trata de novelas de singladuras marítimas y en este sentido, también, ambas novelas nos ofrecen un jugoso léxico marinero. No puedo evitar sentir crujir las cuadernas bajo el oleaje cuando leo frases como ésta: “Rechinaban las jarcias y se oía fuerte el sordo ruido de las olas contra el estrave”.

Con ambos ingredientes, el mundo colonial y las travesías oceánicas, Ordaz explota eficazmente un género desusado en nuestras letras: la novela de aventuras en la línea de Jack London, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, etc.

Calle de Manila. Giraudier. 1860.
La primera de ambas novelas, La Perla del Oriente, narra en primera persona la historia de Claudio Castellá, marinero español nacido en 1854 y afincado en Manila que se ve involucrado en una trama de espionaje filipino hacia 1885-1888. El comienzo de la novela no puede ser más evocador para quienes, como en mi caso, hemos pasado horas y horas de nuestra infancia recorriendo los mapas del continente oceánico:

“Hoy, 5 de agosto de 1888, hace tres meses que llegué a Marianas, y todavía me pregunto qué es lo que hago yo aquí, en este archipiélago perdido en medio del océano Pacífico.

Se dice que la distancia atempera las consecuencias de nuestras acciones, pero difícilmente hace olvidar sus causas. Soy perfectamente consciente e las extrañas circunstancias que me han conducido a esta especie de refugio absurdo en los linderos del mundo civilizado, un remoto lugar adonde nadie va por gusto y en el que me encuentro atrapado por culpa de una decisión que nunca debí haber tomado”.

A partir de esta prometedora introducción, el narrador nos hace partícipes de su historia, desde los tiempos de  su infancia en que decidió hacerse marino hasta las extrañas circunstancias que le condujeron a su huida hacia las islas Marianas. 

Calle Escolta. 1899.
En su formación marinera asistimos a estampas y episodios de poderosa fuerza evocadora como: el acompañamiento de familiares a marineros llamado “donar l’empenta”, el episodio del capitán Xumetra y la ceremonia de sepultura en alta mar, la vida cotidiana en un velero, un tifón tropical, la navegación por el archipiélago filipino con el herrumbroso vapor Pangasinan, etc.

El narrador descubrió su vocación marinera en su infancia en una visita a un muelle del puerto de Barcelona:

“…entonces vi cómo el buque, desplegados los velachos y las gavias de trinquete y mayor, izados el foque y el petifoque de botalón, emprendía lentamente su primera singladura. Me hubiese gustado estar a bordo, como mi tío, para poder viajar al otro lado del Atlántico. Entonces, con toda la convicción de que era capaz, me reafirmé en el deseo de ser marino algún día, y de poder mandar uno de aquellos hermosos y elegantes veleros de tres palos”.

Nuestro protagonista se convertirá así en alumno de la última promoción de la Escuela Náutica de Arenys de Mar y, tras múltiples peripecias, se convertirá en capitán de la fragata Perla del Oriente, dedicada al comercio con Filipinas:

“Hay que decir que la carrera de Filipinas  continuaba teniendo, como en siglos anteriores, mucho de riesgo y no poco de aventura. Las comunicaciones con la distante colonia asiática siempre han sido problemáticas y llenas de contingencias”.

Fusilamiento de José Rizal en 1896.
De 1883 a 1885 recorrió la ruta comercial sin problemas hasta que la Perla del Oriente se averió y quedó definitivamente obsoleta a consecuencia de una tormenta y… de la pujante competencia de los buques de vapor.

Nuestro protagonista se encontró así “varado en Manila al igual que un derrelicto”… y se ve inmerso en una trepidante trama de espionaje conducente a desenmascarar al temible Kalipulako, supuesto cabecilla de la organización secreta filibustera Katipunan.

Conocemos así a la otra perla del Oriente, la vieja ciudad colonial, con su río Pasig y su antiguo recinto amurallado de Intramuros, su colonia burguesa hispano-filipina con sus establecimientos comerciales y su bulliciosa vida social, la agitada trastienda política y periodística, los fumaderos de anfión, las omnipresentes peleas de gallos en las galleras, las conspiraciones filibusteras, etc.

Nos encontramos también con el influyente Garcés, el misterioso periodista Tic-tic, la fascinante megandá Lóleng Calisig, el criado o bata Quicoy…

Este último resulta un personaje entrañable con su peculiar habla tagalo-hispana, de la que extractamos una pequeña muestra en el siguiente diálogo:

“-Buenos días, ñora – empezaría Quicoy.
-Buenos también – contestaría la estanquillera -. ¿Cosa quieres?
-Primelo da tú conmigo tabacos.
-Cosa tabacos.
-Maso de superiores. Son pal apó.
-¿El castila capitán?
-Sí mismo.
-Pal tu apó siempre lo mejor.
-Justo parejo.
-¿Y tú contento con aquel tu apó?
-¡Abá! Paga cuatro pisos y no pega aunque cosa.
-¿Y cosa más quieres?
-Una cuarta de buyo y una copa de nipa, que voy contal a tú cosa que no sabel.
-¡Jusmariusep! Habla ya…”.

Batalla de Cavite. 1898.
En la estela de esta primera aventura filipina pero en clave juvenil, Jorge Ordaz publicó posteriormente Perdido edén, novela amenísima que se lee sin pestañear. El protagonista, Javier Villaamil, evoca sus años de adolescencia en Filipinas de 1896 a 1899 y comienza su relato con esta subyugante introducción:

“Cuando era niño mi abuelo solía contarme cosas de Filipinas. Sus historias, llenas de exótico colorido, me tenían embelesado y yo las escuchaba con gran atención.

En realidad, la antigua colonia asiática siempre estuvo presente en la historia de mi familia. Varios antepasados habían estado en el archipiélago en algún momento de sus vidas. Así lo hicieron mi bisabuelo, dos abuelos y otros parientes de quienes no recuerdo su nombre. De modo que cuando mi padre me comunicó un buen día que nos íbamos a Filipinas la noticia no me sorprendió, pues pensé que, al fin y al cabo, había llegado mi turno”.

¿Puede acaso algún lector amante de los viajes y aventuras sustraerse a este comienzo tan sugestivo? Pues apréstese a una plácida travesía por los mares que le conducirá a la perla oriental de nuestras colonias:

“Me resulta difícil describir la sensación que me produjo Manila, lo que sí puedo decir es que enseguida me sentí envuelto por su peculiar atmósfera, con su especial mezcla de colores, olores, algarabía y movimiento. Había tenido la oportunidad, a lo largo del viaje, de ver otrs ciudades orientales, pero ninguna de ellas se parecía a Manila en aquella tan característica fusión de exotismo por un lado y familiaridad por otro”. 


Pueblo en las Palau. Hellgrewe Rudolf. 1908.
 Nuestro joven héroe pronto encontrará amigos españoles como Alejandro, Eduardo, Quinti… y también amigos filipinos como su kapatid (hermano) Pitoy y la hermosa y joven Máriang.

A los ojos del joven protagonista, recorreremos las calles, barrios y haciendas de la floreciente colonia. De su mano, entraremos también en una serie de averiguaciones sobre una peligrosa trama de conspiradores vinculada al independentista Katipunan.

Asistiremos, así, como testigos de los últimos compases de nuestra presencia colonial en el archipiélago: la ejecución del héroe filipino José Rizal, las crecientes tensiones independentistas, la pérdida de nuestra flota en Cavite, el sitio de la capital por parte de las tropas norteamericanas, la rendición de definitiva de Manila… Incluso encontramos una mención a la heroica resistencia en Baler de un destacamento de soldados, conocidos como “los últimos de Filipinas”.

The Wake of the Ferry. John Sloan. 1907.
Consumada la pérdida de la colonia, el padre de Javier decide traspasar el negocio familiar y regresar a España. La novela concluye con la despedida a la ciudad, sus habitantes y recuerdos… que se van difuminando a medida que el barco Isla de Cebú se va adentrando en el mar:

“Desde aquel momento mi estancia en Filipinas formaba parte ya de mi pasado. Su recuerdo pertenecía para siempre a aquella clase de agridulces reminiscencias propias de quien ha conocido un edén y siente que lo ha perdido”.

En ambas novelas, Ordaz, por boca de sus narradores, parece lamentar el descuido español hacia sus últimas posesiones de ultramar. Así, el protagonista de La Perla del Oriente apunta lo siguiente al recalar en las islas Palaos en 1888, unos años después, por lo tanto, de que la crisis hispano-alemana por las islas Carolinas se hubiese resuelto a favor de España (1885):

“Aunque las islas son del dominio español nadie lo diría, pues hay más gentes en ellas de otros países que del nuestro, y éstos son casi todos misioneros. (…) Los alemanes, tras el conflicto, continúan sacando pingües beneficios de sus transacciones comerciales. Pero no son los únicos; también los holandeses e ingleses y americanos lo hacen. Todos menos nosotros, que no sólo ponemos la casa, sino que les pagamos los gastos”.

El protagonista de Pedido edén se refiere a la posterior venta de las islas Marianas, Carolinas y Palaos a Alemania por un módico precio. [2]


Jorge Ordaz.
En sus novelas y cuaderno de viaje a Manila, Ordaz muestra sugestivos conocimientos de la literatura filipina en lengua española. No en vano ambas novelas toman su título de un verso del poema de  Rizal “Mi último adiós”:

“Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
Perla del Mar de Oriente, nuestro perdido Edén!
A darte voy alegre la triste mustia vida,
Y fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien”.

Ordaz lamenta, así, en su Cuaderno de Manila:

“La literatura filipina en castellano es una literatura fantasma. (…) No cabe en la historia de la literatura española e hispanoamericana y se ignora en la filipina (solo cuenta la escrita en las lenguas nativas o en inglés)”.

¡Cuánto agradecemos a Jorge Ordaz estas dos aventuras marineras y filipinas, que tanto nos han enseñado y entretenido y que tanto nos han permitido revivir las horas de la infancia recorriendo en un atlas las recónditas islas del continente oceánico!


[1] Esta novela inspiradora de los movimientos de emancipación tagala puede leerse on-line en :

[2] Al respecto de estas islas, el narrador evoca la novelesca anécdota del piloto gaditano Antonio Triay, electo rey de las Palaos por los aborígenes hacia 1863.

13 de julio de 2011

Los cañones de Durango

Los cañones de Durango (1996) es una trepidante novela juvenil y de aventuras del malagueño Juan Madrid (1947). El relato, ambientado en la Revolución mexicana (1910-1917), está escrito con ritmo frenético e intrigante argumento, dos rasgos característicos de un autor curtido con éxito en la novela negra.

Pancho Villa.
No es la primera vez que la literatura española recala en el Durango revolucionario, puesto que ya anteriormente Luis Cernuda (1902-1963) había incluido en Un río, un amor (1929) su poema “Durango”, al parecer inspirado en una película sobre la toma de la ciudad por el ejército de Pancho Villa:

“En Durango, postrado,
Con hambre, miedo, frío,
Pues sus bellos guerreros sólo dieron,
Raza estéril en flor, tristeza, lágrimas”.

Más inmediata que la evocación del poema cernudiano, resulta el inevitable recuerdo de la canción de Bob Dylan “Romance in Durango” (1976), especie de corrido en que un chamaco mexicano cuenta la huida a caballo con su querida después de haber cometido un crimen por motivos pasionales.

En su cabalgada hacia el otro lado del desierto, el jinete consuela el llanto de su compañera con el conocido estribillo: “No llores, mi querida / Dios nos vigila / Soon the horse will take us to Durango…”.

Promete, a continuación, el jinete a su novia que a su inminente llegada a Durango se casarán y celebrarán una fiesta: “We'll drink tequila where our grandfathers stayed / When they rode with Villa into Torreon”.

Bueno, dejando a un lado el trágico desenlace de la escapada, el libro de Juan Madrid versa precisamente sobre estos últimos versos de la canción: cuando nuestros abuelos cabalgaron con Pancho Villa en la toma de Torreón.

El protagonista y narrador de la historia es Salvador Colomer, un joven marinero español que se presenta en el puesto fronterizo de Presidio (Texas) en marzo de 1914, en plena Revolución mexicana, dispuesto a cruzar la frontera para ir en busca de su padre.

Enseguida el protagonista se da de bruces con la guerra al otro lado de la frontera:

“Presidio era un pueblo de apenas quince o veinte casuchas desparramadas a lo largo del río Bravo. Un largo puente de madera era el cruce oficial fronterizo. Al otro lado se divisaban las destruidas edificaciones de adobe de Ojinaga, ocupadas por las tropas federales del general Mercado”.

En Presidio, nuestro protagonista entra en el bar-tienda regentado por el alemán Glosman:
“El bar estaba abarrotado de hombres, todos armados y hablando a la vez. Había gringos, mestizos, indios y mexicanos. El olor a sudor y a humo convertía la atmósfera en irrespirable”.

Con la misma agilidad empleada en la descripción del local, el narrador transcribe los diálogos:

“-¿Qué quieres?- me preguntó Glosman.
-Busco a Colomer, el artillero. Me dijeron que preguntara aquí.
Me observó con sus ojillos astutos.
-¿Colomer?
-Sí, Colomer.
-Ahora no podemos hablar. Ven esta noche, antes del toque de queda. Sobre las once”.

A pesar de las reticencias iniciales del tabernero, Salvador encuentra cobijo en casa de Glosman, a cambio de colaborar en el negocio familiar de contrabando de armas.

Tras una noche ayudando a llenar cajas de fusiles para el ejército villista, Sara, la mayor de las tres hijas de Glosman, informa a nuestro protagonista de que el hombre que está buscando es coronel artillero del ejército de Villa y está a cargo de “El Niño”, el mejor cañón de la revolución. Su paradero seguramente debía estar a bordo de alguno de los trenes de Villa camino de la toma de Torreón.

Para llegar hasta su padre, según Sara, Salvador ha de enfrentarse a un sinfín de peligros para los cuales no está equipado convenientemente:

“-De aquí a Torreón vas a tener que atravesar un desierto lleno de bandas de saqueadores, da igual que sean federales, desertores, constitucionalistas, bandidos o indios. Necesitas un caballo, ropas adecuadas y un arma”.

La hija de Glosman le proporciona estas dos últimas cosas y le encarga que entregue una misteriosa carta al general Demetrio Cáceres.

Sara cuenta, finalmente, a Salvador que el general Villa había vendido a la compañía de cine Mutual Film Corporation los derechos de grabación de las batallas con la condición de que éstas se desarrollaran a plena luz del día.