José Rizal. |
Desde el blog de Ordaz http://jorgeordaz.blogspot.com/ puede descargarse en formato PDF su curioso Cuaderno de Manila, notas de un viaje de nuestro autor a las islas Filipinas en 1998.
Jaime Gil de Biedma. |
Pero volvamos a Jorge Ordaz y sus dos amenísimas historias sobre las colonias españolas en el Pacífico. Nunca hasta ahora en la literatura española habíamos asistido a una recreación tan documentada y sugestiva de la vida en la Manila inmediatamente anterior a la pérdida de Filipinas por parte de la metrópoli española en 1898.
De la mano de Ordaz nos internamos así en un mundo novedoso y fascinante. Abunda en el texto un vocabulario exótico, pleno de referencias tagalas: baguio (ciclón), anfión (opio), bahay (casa de caña y nipa), asuang (duende), barangay (barrio), bata (criado), carabao (búfalo), castila (español), sangley (chino), filibustero (partidario de la independencia filipina), megandá (hermosa), parián (mercado), tulisanes (bandidos) etc.
Intramuros de Manila. |
“…ellos con sus camisas de sinamay labradas o de finísimo jusi – que no se lavan y sólo admiten una postura – con botonaduras de nácar y perlas de Joló; ellas con sus vistosas sayas encarnadas a cuadros verdes y amarillos y tapis de seda, camisolas de piña y chinelas bordadas de oro”.
Al mismo tiempo, se trata de novelas de singladuras marítimas y en este sentido, también, ambas novelas nos ofrecen un jugoso léxico marinero. No puedo evitar sentir crujir las cuadernas bajo el oleaje cuando leo frases como ésta: “Rechinaban las jarcias y se oía fuerte el sordo ruido de las olas contra el estrave”.
Con ambos ingredientes, el mundo colonial y las travesías oceánicas, Ordaz explota eficazmente un género desusado en nuestras letras: la novela de aventuras en la línea de Jack London, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, etc.
Calle de Manila. Giraudier. 1860. |
“Hoy, 5 de agosto de 1888, hace tres meses que llegué a Marianas, y todavía me pregunto qué es lo que hago yo aquí, en este archipiélago perdido en medio del océano Pacífico.
Se dice que la distancia atempera las consecuencias de nuestras acciones, pero difícilmente hace olvidar sus causas. Soy perfectamente consciente e las extrañas circunstancias que me han conducido a esta especie de refugio absurdo en los linderos del mundo civilizado, un remoto lugar adonde nadie va por gusto y en el que me encuentro atrapado por culpa de una decisión que nunca debí haber tomado”.
A partir de esta prometedora introducción, el narrador nos hace partícipes de su historia, desde los tiempos de su infancia en que decidió hacerse marino hasta las extrañas circunstancias que le condujeron a su huida hacia las islas Marianas.
Calle Escolta. 1899. |
El narrador descubrió su vocación marinera en su infancia en una visita a un muelle del puerto de Barcelona:
“…entonces vi cómo el buque, desplegados los velachos y las gavias de trinquete y mayor, izados el foque y el petifoque de botalón, emprendía lentamente su primera singladura. Me hubiese gustado estar a bordo, como mi tío, para poder viajar al otro lado del Atlántico. Entonces, con toda la convicción de que era capaz, me reafirmé en el deseo de ser marino algún día, y de poder mandar uno de aquellos hermosos y elegantes veleros de tres palos”.
Nuestro protagonista se convertirá así en alumno de la última promoción de la Escuela Náutica de Arenys de Mar y, tras múltiples peripecias, se convertirá en capitán de la fragata Perla del Oriente, dedicada al comercio con Filipinas:
“Hay que decir que la carrera de Filipinas continuaba teniendo, como en siglos anteriores, mucho de riesgo y no poco de aventura. Las comunicaciones con la distante colonia asiática siempre han sido problemáticas y llenas de contingencias”.
Fusilamiento de José Rizal en 1896. |
De 1883 a 1885 recorrió la ruta comercial sin problemas hasta que la Perla del Oriente se averió y quedó definitivamente obsoleta a consecuencia de una tormenta y… de la pujante competencia de los buques de vapor.
Nuestro protagonista se encontró así “varado en Manila al igual que un derrelicto”… y se ve inmerso en una trepidante trama de espionaje conducente a desenmascarar al temible Kalipulako, supuesto cabecilla de la organización secreta filibustera Katipunan.
Conocemos así a la otra perla del Oriente, la vieja ciudad colonial, con su río Pasig y su antiguo recinto amurallado de Intramuros, su colonia burguesa hispano-filipina con sus establecimientos comerciales y su bulliciosa vida social, la agitada trastienda política y periodística, los fumaderos de anfión, las omnipresentes peleas de gallos en las galleras, las conspiraciones filibusteras, etc.
Nos encontramos también con el influyente Garcés, el misterioso periodista Tic-tic, la fascinante megandá Lóleng Calisig, el criado o bata Quicoy…
Este último resulta un personaje entrañable con su peculiar habla tagalo-hispana, de la que extractamos una pequeña muestra en el siguiente diálogo:
“-Buenos días, ñora – empezaría Quicoy.
-Buenos también – contestaría la estanquillera -. ¿Cosa quieres?
-Primelo da tú conmigo tabacos.
-Cosa tabacos.
-Maso de superiores. Son pal apó.
-¿El castila capitán?
-Sí mismo.
-Pal tu apó siempre lo mejor.
-Justo parejo.
-¿Y tú contento con aquel tu apó?
-¡Abá! Paga cuatro pisos y no pega aunque cosa.
-¿Y cosa más quieres?
-Una cuarta de buyo y una copa de nipa, que voy contal a tú cosa que no sabel.
-¡Jusmariusep! Habla ya…”.
Batalla de Cavite. 1898. |
En la estela de esta primera aventura filipina pero en clave juvenil, Jorge Ordaz publicó posteriormente Perdido edén, novela amenísima que se lee sin pestañear. El protagonista, Javier Villaamil, evoca sus años de adolescencia en Filipinas de 1896 a 1899 y comienza su relato con esta subyugante introducción:
“Cuando era niño mi abuelo solía contarme cosas de Filipinas. Sus historias, llenas de exótico colorido, me tenían embelesado y yo las escuchaba con gran atención.
En realidad, la antigua colonia asiática siempre estuvo presente en la historia de mi familia. Varios antepasados habían estado en el archipiélago en algún momento de sus vidas. Así lo hicieron mi bisabuelo, dos abuelos y otros parientes de quienes no recuerdo su nombre. De modo que cuando mi padre me comunicó un buen día que nos íbamos a Filipinas la noticia no me sorprendió, pues pensé que, al fin y al cabo, había llegado mi turno”.
¿Puede acaso algún lector amante de los viajes y aventuras sustraerse a este comienzo tan sugestivo? Pues apréstese a una plácida travesía por los mares que le conducirá a la perla oriental de nuestras colonias:
“Me resulta difícil describir la sensación que me produjo Manila, lo que sí puedo decir es que enseguida me sentí envuelto por su peculiar atmósfera, con su especial mezcla de colores, olores, algarabía y movimiento. Había tenido la oportunidad, a lo largo del viaje, de ver otrs ciudades orientales, pero ninguna de ellas se parecía a Manila en aquella tan característica fusión de exotismo por un lado y familiaridad por otro”.
Nuestro joven héroe pronto encontrará amigos españoles como Alejandro, Eduardo, Quinti… y también amigos filipinos como su kapatid (hermano) Pitoy y la hermosa y joven Máriang.
Pueblo en las Palau. Hellgrewe Rudolf. 1908. |
A los ojos del joven protagonista, recorreremos las calles, barrios y haciendas de la floreciente colonia. De su mano, entraremos también en una serie de averiguaciones sobre una peligrosa trama de conspiradores vinculada al independentista Katipunan.
Asistiremos, así, como testigos de los últimos compases de nuestra presencia colonial en el archipiélago: la ejecución del héroe filipino José Rizal, las crecientes tensiones independentistas, la pérdida de nuestra flota en Cavite, el sitio de la capital por parte de las tropas norteamericanas, la rendición de definitiva de Manila… Incluso encontramos una mención a la heroica resistencia en Baler de un destacamento de soldados, conocidos como “los últimos de Filipinas”.
The Wake of the Ferry. John Sloan. 1907. |
“Desde aquel momento mi estancia en Filipinas formaba parte ya de mi pasado. Su recuerdo pertenecía para siempre a aquella clase de agridulces reminiscencias propias de quien ha conocido un edén y siente que lo ha perdido”.
En ambas novelas, Ordaz, por boca de sus narradores, parece lamentar el descuido español hacia sus últimas posesiones de ultramar. Así, el protagonista de La Perla del Oriente apunta lo siguiente al recalar en las islas Palaos en 1888, unos años después, por lo tanto, de que la crisis hispano-alemana por las islas Carolinas se hubiese resuelto a favor de España (1885):
“Aunque las islas son del dominio español nadie lo diría, pues hay más gentes en ellas de otros países que del nuestro, y éstos son casi todos misioneros. (…) Los alemanes, tras el conflicto, continúan sacando pingües beneficios de sus transacciones comerciales. Pero no son los únicos; también los holandeses e ingleses y americanos lo hacen. Todos menos nosotros, que no sólo ponemos la casa, sino que les pagamos los gastos”.
Jorge Ordaz. |
“Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
Perla del Mar de Oriente, nuestro perdido Edén!
A darte voy alegre la triste mustia vida,
Y fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien”.
Perla del Mar de Oriente, nuestro perdido Edén!
A darte voy alegre la triste mustia vida,
Y fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien”.
Ordaz lamenta, así, en su Cuaderno de Manila:
“La literatura filipina en castellano es una literatura fantasma. (…) No cabe en la historia de la literatura española e hispanoamericana y se ignora en la filipina (solo cuenta la escrita en las lenguas nativas o en inglés)”.
¡Cuánto agradecemos a Jorge Ordaz estas dos aventuras marineras y filipinas, que tanto nos han enseñado y entretenido y que tanto nos han permitido revivir las horas de la infancia recorriendo en un atlas las recónditas islas del continente oceánico!