Manuel Chaves Nogales. |
Vale,
las guerras civiles son sangrientamente fratricidas pero también son, a veces,
paradójicamente… parricidas. En el abundante caudal novelístico sobre la Guerra
Civil española (1936-1939), encontramos numerosos ejemplos de milicianos ante
la encrucijada de salvar o condenar a su propio padre, preso por su militancia
en el bando enemigo.
Sin
duda, estas narraciones reflejan un hecho histórico que debió ser frecuente
durante la contienda bélica. No obstante, pese a referirse a sucesos reales
casi cotidianos, estos relatos desarrollan también un antiguo tópico literario,
cual es la rebelión contra el padre, el enfrentamiento entre generaciones, la
elección entre el propio destino o las ataduras familiares, etc.
A
continuación, examinaremos tres ejemplos de este tipo de historias parricidas
ambientadas en nuestra Guerra Civil. En los tres casos citados, el conflicto
intergeneracional se concretará en el dilema de un miliciano con su padre
encerrado en una checa republicana y a la espera, por tanto, de ser fusilado de
manera inminente.
Con
este común tema de partida y muy diferentes desarrollos y enfoques,
destacaremos aquí tres excelentes relatos de Max Aub, Foxá y Chaves Nogales.
Max Aub. |
El
singular novelista Max Aub (1903-1972)
dedicó su magna hexalogía El laberinto
mágico a nuestra Guerra civil. Dentro de esta serie, la segunda parte
titulada Campo abierto (1951) es una
novela coral, compuesta de varios capítulos casi independientes, ambientados todos
ellos durante el conflicto en las ciudades de Valencia y Madrid.
En
Campo abierto, nuestro autor abordó por dos veces el tema del “miliciano con padre en checa”. En el
capítulo “Vicente Dalmases” de la
sección de este tomo ambientada en Valencia, conocemos el caso de Asunción,
joven actriz aficionada de la compañía de teatro universitario “El Retablo”.
Asunción se ve involucrada en la actividad de las Juventudes Comunistas por
influencia de su novio, Vicente Dalmases, actor de la misma compañía.
El
padre de Asunción, Alfredo Meliá, es tranviario afiliado a la UGT y viudo
casado de segundas con Amparo, agraciada hija de unos vecinos que reparte sus
abundantes gracias entre su marido y su amante Luis Romero.
Tras
el estallido de la Guerra civil, Asunción compagina su dedicación a los ensayos
con su colaboración con las milicias. Una noche la tía de Asunción aborda a la
pareja de actores y tiene lugar el siguiente diálogo:
“-¡Al fin te encontré!
-¿Qué pasa, tía?
-¡Detuvieron a tu padre esta mañana!
-¿A mi padre?¿Y por qué?
-Ve tú a saber. Pero como ya no apareces por casa…”.
Acto
seguido, Asunción y Vicente se movilizan, cada uno por su lado, para localizar
y salvar al humilde tranviario. Así, Vicente se entera de que ha sido ejecutado
por afiliación a la Falange y sus compañeros del Partido Comunista le encargan
que no se fíe de su novia e intente sonsacarle información sobre las relaciones
de su padre.
Vicente
se debate entre la obediencia a la consigna del partido o la confianza en
Asunción…
Esta
combinación de historias trágicas y enredos propios de comedia barroca
encuentra su desenlace en una opresiva escena entre Dalmases y el dogmático
dirigente del PCE, Bonifacio Álvarez:
“Consultaba unos papeles cuando entró Vicente; no levantó la
cabeza.
- Siéntate.
Pasaron unos minutos. Dejó lo que estaba revisando en una
carpeta. No sabía mirar a la gente a la cara más que en los momentos
embarazosos para su interlocutor.
-¿No tienes nada que decirme?
-No.
-¡Vaya! Camarada Dalmases, yerras el camino.
Como siempre, iba derecho a la meta.
-Anoche te recomendaron que no dijeses a nadie…
Levantó la cabeza y miró a su interlocutor.
-Lo hice porque no tuve más remedio.
Vicente no se podía dominar. Sentía la culpa.
-Siempre lo hay si se quiere y sobre todo si se piensa en el
Partido”.
Simulacro de fusilamiento. |
Un
capítulo ambientado también en Valencia y con un extenso desarrollo en la
novela es el dedicado a “Jorge
Mustieles”, joven abogado de ideología radical socialista, cuyo padre es
terrateniente y cacique local en un pueblo cercano a valencia.
Mustieles
es nombrado vocal de la Comisión de Seguridad de su partido, encargada de
juzgar a los derechistas detenidos por los milicianos.
De
camino a una reunión del comité, conoce a en un café a Pedro Carratalá,
anarquista catalán que cuenta una anécdota sobre la ejecución conjunta de un
jefe de Falange y de su hijo:
“-Al coronel ese le detuvimos con su hijo, ocho días después,
era el Jefe de Falange de Horta. El viejo murió muy bien. Pero ¡el hijo!
Teníais que haberle visto. Dijo que comprendía perfectamente que matáramos a su
padre -¡cabrito!- pero, ¡a él! (…) Iban
en dos coches distintos. Insistía el señorito: -Soy muy joven para que me matéis.
Así siguió hasta la tapia del Cementerio Nuevo. El viejo estaba avergonzado.
–Hijo mío –le dijo-, te perdono”.
A
Mustieles se le figura una premonición de lo que ocurrirá a continuación y,
efectivamente, en la reunión del Comité de Salud Pública a la que asiste como
vocal debe decidir sobre el destino de varios detenidos, entre ellos su propio
padre.
De
carácter irresoluto y pusilánime, nuestro protagonista se muestra partidario de
la misma opinión que sus compañeros de comité, favorable a condenar a don Pedro
Mustieles por conspiración contra la República.
Vendrá
luego el tormentoso debate interno de Jorge Mustieles entre su compromiso
político y sus obligaciones filiales:
“¿Qué soy Un ser despreciable. Pero, ¿y si dejo que lo
maten?, ¿por qué lo permití?, ¿por qué bajé el pulgar? Entonces fue. Debí
hablar. Soy un cobarde. Siemopre hago las cosas diez minutos demasiado tarde.
Se me ocurren las contestaciones oportunas cuando ya no lo son. Soy un hombre
que retrasa”.
Inicia
entonces Jorge Mustieles un periplo por sedes oficiales, oficinas y cafés a la
búsqueda de la oportuna influencia que saque a su padre del calabozo y lo libre
del inminente destino que le aguarda. Conocemos así a un personaje
impresionante, el Grauero, antiguo estibador del puerto encargado ahora de
ejecutar las sentencias del comité.