Retrato de caballero. Elbo Peñuelas, 1838. |
Primer
tomo de una proyectada serie de libros de viajes que no tuvo continuación, la
descripción de Cuba a cargo del poeta romántico Jacinto de Salas y Quiroga (1813-1849) nos ofrece una encantadora y
crítica estampa de la colonia trazada con exquisita prosa y sólidos argumentos
liberales.
Tuvo
el coruñés Salas y Quiroga una educación cosmopolita y viajera. Huérfano a
temprana edad, hubo de continuar sus estudios lejos de su ciudad natal, al
principio en Madrid y, posteriormente, en Burdeos.
Con
17 años, viajó a Suramérica y se estableció en Lima, donde escribió sus
primeros versos. En 1832-1833 visitó Francia e Inglaterra, antes de regresar a
Madrid, donde participó activamente en la vida literaria del romanticismo.
Así,
colaboró con artículos y narrativa breve en prensa política y literaria de la
época e incluso, en 1837, fundó la influyente revista No me olvides.
Publicó
también un tomo de sus Poesías
(1834), precedido de un prólogo que, a veces, se ha considerado como verdadero
manifiesto del romanticismo español.
En
este volumen de poesías, incluyó su drama en verso “Claudia”. Compuso en estos años, además, otras obras para la
escena como la comedia “Stradella”,
el drama en verso “El Spagnoleto” y
el drama traducido del francés “Luisa”.
Dio
a la imprenta, asimismo, diversos estudios de historia, opúsculos políticos y
relatos costumbristas de corte romántico. En 1848, un año antes de su temprana
muerte, publicó su novela costumbrista El
Dios del siglo.
José Zorrilla (1817-1893)
dedicó unos conocidos versos “A don
Jacinto de Salas y Quiroga”:
“Es el poeta en su misión de hierro,
Sobre el sucio pantano de la vida
Blanca flor, que del tallo desprendida
Arrastra por el suelo el huracán…”
En
mitad del período madrileño final de su biografía, Salas y Quiroga viajó a
Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba a lo largo de los años 1839-1840. A su
regreso, ya en Madrid, publicaría el primer tomo de los Viajes de D. Jacinto de Salas y Quiroga (1840), que estaría dedicado
a la “Isla de Cuba”. No tengo
noticia de la publicación de más tomos correspondientes a esta proyectada serie
de libros de viajes.
Ignoro
los motivos del viaje que llevó a nuestro autor desde Cádiz a Puerto Rico y, a
continuación, Cuba. En su crónica de viajes, Salas y Quiroga alude en
dramáticos términos a su ánimo y circunstancias personales antes de pisar suelo
cubano:
“Harto ya de una vida de agonía,
suspirando al ver, barridas por el huracán, mis más dulces ilusiones, oprimido
bajo el peso de las desgracias de mi patria y de mi familia, yo llevaba otra
vez a América un corazón lastimado por el sufrimiento y una imaginación
embotada por el engaño de la realidad”.
Algunas
referencias a las causas de sus convulsos sentimientos y azarosa vida
encontramos unas líneas más adelante. Así, en alusión a la Primera Guerra
Carlista (1833-1840), se pregunta torturado:
“…¿por qué, ínterin tus hermanos
se desgarran, ínterin tu patria yace bajo el yugo de una guerra de Caines, por
qué llevas tú tu brazo a extraños climas?... No fuera mejor emplear tu
pujanza…”.
Ante
este atormentador dilema, opta por mantenerse en su oposición al fanatismo
bélico tanto de carlistas como de liberales exaltados:
“…¿en qué, Dios mío?, me respondía yo a mi mismo. ¿Por ventura sé
yo lo que quieren mis hermanos?...¿Por ventura sabe alguien por quién lucha?...
¿Combaten divididos los españoles por un rey o por un principio? ¿Lo saben
ellos, lo sabe el mundo?... Todos los ignoran. ¿No llegará el día, tal vez, en
que confundidos unos y otros, lloren entrambos tanta sangre inútilmente
derramada?”.
Circunstancias
personales y políticas al margen, Salas y Quiroga formula en el prólogo a sus
Viajes esta prometedora declaración de intenciones:
“Me propongo publicar, en una
serie de tomos, la relación de los viajes en que llevo gastados los más
floridos años de mi vida. (…) Dolores y placeres me han ocasionado tantos y tan distintos
viajes; sólo los placeres quisiera transmitir a mis lectores”.
Y,
en efecto, Salas y Quiroga desarrolla a continuación un ameno, curioso y
delicado cuadro de la Cuba colonial. El comienzo del primer capítulo, en este
sentido, no podría ser más sugestivo:
“El 25 de noviembre de 1839, al
crepúsculo de la mañana, la fragata española “Rosa” se hallaba suavemente
mecida por un soplo de viento perfumado, a la vista de La Habana…”.
Desde
la embocadura del puerto, iniciamos así un recorrido por la isla, dividido en
35 capítulos que tratarán de los más diversos aspectos de la colonia: usos y
costumbres, economía y gobierno, naturaleza y arte, etc.
No
faltan, desde luego, en este Viaje las detalladas descripciones de La Habana y
de sus lugares y edificios más notables como su puerto, su catedral, el
Convento de San Francisco, el Castillo del Morro, la Cabaña, el paseo de Tacón,
el Templete, etc.
Salas
y Quiroga ofrece, además, sabrosas observaciones al paso de su conocimiento de
la ciudad. Así, al respecto de La Habana, nos señala:
“Las calles no son muy anchas,
cual fuera necesario en un país de tanta concurrencia y en que no es posible
vivir sin el auxilio de la bienhechora brisa. (…) El forastero, ignorante de
los usos del país, o poco acomodado para sostener un carruaje o curioso y observador,
que discurre por aquellas calles, se ve casi solo, sin encontrar más que
hombres de color, ocupados en sus faenas, y muchedumbre infinita de quitrines
(carruajes del país) que embaracen su marcha”.