Retrato de caballero por Jugelet, 1830. |
La
vida y la obra del poeta, novelista y articulista leonés Enrique Gil y Carrasco (1815-1846) fueron ambas breves como
ocurrió, también, en otros casos de románticos españoles que descendieron
prematuramente al sepulcro: Larra, Espronceda, Piferrer, Salas y Quiroga,
etc.
En
las ilustraciones del presente artículo, descartamos el habitual retrato del
poeta, al no estar basado en imágenes reales de nuestro protagonista, y preferimos plantear, en su lugar, un aspecto
físico más acorde con la descripción que el propio Gil y Carrasco trazó de sí
mismo en un escrito autobiográfico: “Su
vestido era sencillo, rubia su cabellera, azules sus apagados ojos…”. [1]
Nacido
en 1815 en Villafranca del Bierzo (León), el autor berciano, al parecer,
abominó de su población natal y, en cambio, recreó literariamente en numerosas
ocasiones la ciudad en donde posteriormente se estableció su familia y el poeta
pasó los años felices de su infancia: Ponferrada.
Portada de una obra de Gil y Carrasco. |
Fue,
además, periodista en diarios de la época, crítico de teatro, autor de
artículos de viajes y costumbres, etc. Se halló entre los jóvenes románticos de
“El Parnasillo” que escoltaron el féretro de Larra y asistieron al nacimiento poético de Zorrilla cuando éste recitó a pie de tumba los versos al suicida
“Fígaro”. [2]
De
igual manera, Gil y Carrasco recitaría sus versos en el funeral de su amigo Espronceda: “¿Qué tengo yo para adornar tu losa? / Flores de soledad, llanto del
alma, / flores ¡ay! sin fragancia deleitosa, / hiedra que sube oscura y
silenciosa / por el gallardo tronco de la palma”.
Son
memorables sus poemas patrióticos, de corte político liberal, especialmente el
dedicado al fusilamiento del general Torrijos: “Costas del mar de Málaga encantada, / Si por vosotras algún día
errante / Se extendiera mi vista desolada…”.
Pero,
sin duda, lo más valioso de su obra son sus extensos poemas intimistas,
cargados de simbolismo y delicadas imágenes, como “La niebla” (“Todo confuso y
borrado / En tu seno aparecía / Vaporoso y nacarado / Y en celajes mil velado /
Como luna en noche umbría”), “La
campana de la oración” (“Todo en los
ecos se mece /Del misterioso metal /Pero confuso aparece / Y sin contornos se
ofrece / Como vapor matinal”…), “La
caída de las hojas” ( “Las músicas de
la vida / El silencio del no ser / Y la amarga despedida / Y la queja dolorida /
De las hojas al caer”), etc.
Alexander von Humboldt, por Stieler, 1843. |
“Vengo a buscar mi huesa solitaria
Para dormir tranquilo junto a ti,
Ya que escuchaste un día mi
plegaria,
Y un ser hermano en tu corola vi”.
Pide
el autor a esta flor hermana que le acompañe sobre su ansiada sepultura: “Ven mi tumba a adornar, triste viola, / Y
embalsama su oscura soledad…” y concluye, a continuación, imaginando que
esta única flor sobre su tumba será cortada por una joven doncella que dedicará,
entonces, un último recuerdo al enmudecido poeta:
“Quizá al pasar la virgen de los valles,
Enamorada y rica en juventud,
Por las umbrosas y desiertas
calles
Do yacerá escondido mi ataúd,
Irá a cortar la humilde violeta
Y la pondrá en su seno con dolor,
Y llorando dirá: «¡Pobre poeta!
¡Ya está callada el arpa del
amor!”
Unter den Linden, por Gaertner, 1852. |
Die Granitschale im Lustgarten, por Hummel, 1831. |
En
el año 2000, el ayuntamiento de Ponferrada costeó la colocación de una placa en
la fachada del domicilio berlinés de Gil y Carrasco, sito en Dorotheenstraße 41
(el edificio actual data de 1871 y está integrado en la librería Dussmann das KulturKaufhaus desde
1997).
Vista de la Neue Wache, por Brücke, 1842. |
En
las anotaciones de su Diario de viaje, Gil y Carrasco da muestras de una
insaciable curiosidad a la par de una exquisita sensibilidad: se interesa
por usos y costumbres, comercio e
industria, pero, sobre todo, se preocupa por obras arquitectónicas, galerías de
arte, ecos literarios, leyendas tradicionales, paisajes montañosos de la ribera
del Rhin, etc.
Torquato Tasso und die beiden Leonoren, por Sohn, 1839. |
En
especial, Gil y Carrasco da muestras de ser un atento y delicado observador del
paisaje, con pinceladas, a veces, de gran plasticidad pictórica. Así, por
ejemplo, surcando las aguas del Rhin de regreso a Coblenza señala:
“La noche se puso muy oscura y
tempestuosa y el Rhin, sumido en las tinieblas, formaba gran contraste con las
luces de los pueblos que encontrábamos en su orilla, y que se pintaban en el
agua en largos rastros. Los relámpagos dejaban ver de cuando en cuando las
colinas lejanas con una tinta lívida y, sobre todo, a medida que nos
acercábamos, revestían de una apariencia siniestra las encastilladas rocas de
Ehrenbreitstein”.
Vista de Ehrenbreitstein, por Myles Birket Foster, 1856. |
Las
honras fúnebres del poeta leonés serían celebradas en la catedral católica de
Santa Eduvigis, ubicada en la Bebelplatz berlinesa, junto a la avenida Unter
den Linden… cabe suponer que en presencia de diplomáticos y amigos. En un texto
titulado “Un ensueño-Biografía”,
imaginaría Eugenio Gil y Carrasco
las exequias berlinesas de su hermano Enrique en estos términos:
Federico Guillermo IV, por Franz Krüger, 1846. |
Sus
restos mortales recibirían sepultura en el cementerio católico adscrito a la
parroquia de Santa Eduvigis: el actual “Alter Domfriedhof der
St.-Hedwigs-Gemeinde”, situado en Liesenstraße.
Su
amigo José de Urbistondo costeó un sencillo monumento funerario, si bien las
pertenencias de Gil y Carrasco hubieron de ser subastadas para sufragar las
deudas pendientes por tratamiento médico, etc. De sus enseres personales, se
conservaron en la embajada de Berlín cuadernos y notas que desaparecieron en la
Segunda Guerra Mundial.
Carlos de Prusia, por Krüger, 1852. |
“Heme aquí por encanto de mi
ensueño en el cementerio de la parroquia católica de Berlín, llamada santa
Eduvigis. Heme aquí arrodillado ante un modesto, pero elegante sepulcro,
rodeado de flores, y ostentando una cruz de hierro con los extremos dorados y
en su bajorrelieve un ángel en actitud llorosa”.
La
tumba y el destino berlinés de Gil y Carrasco serían, a partir de este momento,
motivo de sucesivas composiciones poéticas durante los años siguientes a su
muerte. Para empezar, en la patria del poeta, la noticia de su fallecimiento halló
escaso eco, fuera de alguna breve nota necrológica y algún poema de
circunstancias. Así, por ejemplo, el 14 de junio de 1846, el “Semanario pintoresco español”, publicaba
una poesía del bilbaíno Valentín de
Aldana dedicada “A la memoria de Don
Enrique Gil”, en la que, tras lamentar la muerte del poeta, se concluía con
esta quintilla:
“Solo quiero que escondida,
Yazga la humilde violeta,
De mi jardín desprendida,
Como lágrima perdida
En la tumba de un poeta”.
María de Sajonia-Weimar, por Droege, 1843. |
“¡Ay! esas flores, que mi amor te
envía,
Regadas con el llanto de mis ojos,
Eran ayer emblema de alegría;
Hoy lo son de la muerte y los enojos.
Al esparcirlas en la tumba fría,
Que guarda para siempre tus
despojos,
Imagen son a mi angustiada mente
Del bien pasado y del dolor
presente”.
Joseph Mendelsshon, por Wilhelm Ternite, 1830. |
“Flores busqué para en la tumba
aislada
¡Ay hermano infeliz! donde reposas
Una corona de brillantes rosas
Suspender con mis lágrimas regada.
Tu memoria en las sombras de la
nada,
Las emociones tiernas, generosas,
Muertas hallé. ¡Las nieblas
silenciosas
Del norte sean tu corona helada!
Sólo una cruz y rosas naturales
Ofrenda pura de amistad sincera,
En derredor de tu sepulcro veo.
¿Quién ha puesto esa cruz?¿Quién
los rosales?
Urbistondo la cruz, las flores
Vera.
¡Oh, perdón, amistad! Aún en ti
creo”.
Catedral de Sta. Eduvigis, por Kolb, 1850 |
La
Epístola de Sanz es uno de los poemas más singulares del siglo XIX español por
su tono lírico-narrativo, que huye del estilo declamatorio de la poesía
anterior y cristaliza en condensados aforismos poéticos. La extensa epístola se
estructura en tres nostalgias, siendo la primera el recuerdo de la patria desde
el extranjero:
“¡Allí mi juventud!...¡ay! ¿quién
no ha oído,
desde cualquier región, ecos de
aquella
donde niñez y juventud han sido?
Hoy mi vida de ayer, pálida y
bella,
múltiple se repite en mis
memorias,
como en lágrimas mil única
estrella…”
La
segunda melancolía se refiere a la primavera, evocada en pleno invierno
berlinés al “recordar el toldo de
esmeralda / que antes bordó el abril, en donde ahora / nieve septentrional
tiende su falda”. En este punto de la epístola, la imaginación de Sanz
vuela hasta un paseo en una tarde del pasado mes de mayo, que le condujo
extramuros de la ciudad hasta un camposanto berlinés, del que se destaca su
laberíntica espesura de jardín:
“A su verdor del Norte sin
segundo,
de un frondoso jardín los
laberintos
atrajeron mi paso vagabundo…
En armoniosa confusión distintos,
cándidos nardos y claveles rojos,
tulipanes, violas y jacintos,
De admirar el vergel diéronme
antojos;
y perdíme en sus vueltas,
rebuscando,
ya que no al corazón, pasto a los
ojos”.
Refuerza
esta amenidad primaveral del “jardín de
sepulturas” berlinés, el brutal contraste que Sanz establece con los
cementerios españoles de la época: “Dentro
de nuestros muros funerales / jamás brota una flor… Mal brotaría / de ese
alcázar de cal y mechinales”. La tercera melancolía se deriva de tropezar
casualmente, en este camposanto berlinés, con la tumba de un poeta español:
“¡Mas sola allí… sin flores… sin verdura…
bajo su cruz de hierro se levanta
de un hispano cantor la sepultura!
¡Pobre césped marchito! ¿Quién
diría
que el cantor de las flores, en tu
seno
durmiera tan sin flores algún
día!”
Eulogio Florentino Sanz, por Suárez Llanos, 1854. |
“¡Por las desiertas y sombrías
calles
donde muere tu féretro escondido
no pasa, no, la virgen de los
valles!
Una vez que ha pasado… no ha
venido…
Trajéronla con rosas… A tu lado,
la virgen desde entonces ha
dormido…
(…) ¡Recibe con mi adiós tu
violeta!
la tumba de la virgen te la envía…
¡Y al unirse la flor con su poeta,
ya en el ocaso agonizaba el día!”
En
esta última nostalgia de la Epístola, Sanz continúa con el tono íntimo y
sincero de un diálogo poético, aunque prescinde, en este punto, de su
corresponsal madrileño, y pasa a dirigir sus reflexiones al extinto Gil y
Carrasco. La Epístola de Sanz se torna, así, en un melancólico y fraternal
coloquio entre dos poetas desterrados; y sobre todo, se convierte en un diálogo
entre dos visiones poéticas de la tumba y la posteridad: por un lado, el poema “La violeta”, premonitorio, y por otro
la “Epístola” que constata la
frustración de las ilusiones del poeta fallecido y concluye con un gesto de
esperanza en el cumplimiento del deseo inicial.
Día de Difuntos (Hedwigskirchhof), por Skarbina, 1896. |
Habría
bastado para evitar esta inoportuna remoción de sus restos humanos con reparar,
simplemente, en cuán irrelevante resulta el paradero de huesos y cenizas, al
lado de la condición inmaterial de la poesía, como el propio poeta señaló
respecto de “La voz del ángel”: “Que no es acento mortal / El que vibra en
tu garganta; / Es de una patria ideal / Recuerdo que se levanta / Del cielo al
azul cristal”.
Preferimos
pensar, por nuestra parte, que el vagaroso espíritu de Enrique Gil y Carrasco continúa
en su tumba berlinesa y allí esperanzado aguarda todavía la llegada de la hermosa
doncella que se conmueva con su enmudecida voz y se lleve prendida en su compasivo seno… la recién cortada violeta.
[1] En su poema en prosa
“Anochecer en San Antonio de la Florida”, publicado en “El Correo Nacional” en
1838.
[2] En el Episodio nacional titulado “La
Estafeta romántica”, capítulo XI, Galdós sitúa a José García de Villalta y
Enrique Gil y Carrasco en el domicilio de Espronceda, a quien acaban de
comunicar el suicidio de Larra, y a continuación añade que “Villalta y Enrique
Gil se fueron, porque tenían que dar infinitos pasos para organizar el entierro
de Fígaro con el mayor lucimiento
posible”…
[3] Versos iniciales del poema “A propósito de
flores” en “Desolación de la quimera”.
[4] Poema incluido en los “Ensayos poéticos” de
Fernando de la Vera e Isla, publicados en Paris, 1852.
[5] La biografía que Eugenio Gil dedicó a su
hermano, “Un ensueño – Biografía”, y los
poemas “A mi hijo”, “La primavera de 1846” y “Un lirio por corona” figuran como
introducción en la edición de las “Poesías líricas” de Enrique Gil y Carrasco
en 1873.
[6] Sanz permaneció en Berlín
de enero de 1855 a febrero de 1857. En noviembre de 1856, recibió la visita del
diplomático y escritor Juan Valera, quien menciona a Sanz en la primera de sus
“Cartas desde Rusia”: “Anoche, Florentino Sanz y yo hicimos de Fausto y
Mefistófeles con dos modistillas muy guapas, y nos regocijamos en grande en una
taberna”…
[7] Un resumen de estas
pesquisas y gestiones puede verse en las siguientes direcciones: