Prim por Luis Madrazo, 1870 (detalle). |
El
más misterioso magnicidio de nuestra historia atentó contra la vida del general
Prim el 27 de diciembre de 1870, en la calle del Turco de un Madrid mullido por
la nieve y expectante ante la próxima entrada del nuevo rey Amadeo I.
El
atentado contra Prim fue el primero de la trágica serie de asesinatos de jefes
de gobierno español. Antonio Cánovas del
Castillo (1897), José Canalejas
(1912) y Eduardo Dato (1921)
continuarían esta desdichada serie en años posteriores.
A
diferencia de estos otros magnicidios, en el caso de Prim nunca se supo quiénes
fueron los responsables e instigadores del asesinato, cuyas circunstancias han
quedado así envueltas en un aura de premoniciones y sospechas.
El
conocido romance popular sobre el crimen se hacía eco de esta misteriosa impunidad con que se habría de archivar la
causa judicial:
“En la calle del Turco / ya
mataron a Prim
sentadito en su coche / con la
Guardia Civil.
Seis tiros le tiraron / a boca de
cañón.
¿Quién sería el infame? / ¿Quién
sería el traidor?”
Pocos
episodios de nuestra historia tan novelescos han tenido, sin embargo, tan
escaso eco en nuestra literatura, a excepción de Galdós y Foxá. El primero de estos autores relató el acontecimiento
en los últimos capítulos de su episodio nacional España trágica (1909).
Años
después, Agustín de Foxá (1906-1959)
publicaría en ABC una preciosista miniatura literaria sobre el asesinato de
Prim, “En la calle del Turco / le
mataron a Prim” (1934), artículo titulado como el romance sobre este suceso
histórico.
El
mismo episodio, naturalmente, es referido por extenso en la novelesca biografía
de Prim que publicó el barcelonés José
María Miquel y Vergés (1903-1964) en
su exilio mexicano, con el título de El
General Prim en España y en México (1949).
Ya
en la actualidad, el cordobés José Calvo
Poyato (1951) ha publicado Sangre en
la Calle del Turco (2011), novela de intriga y aventuras sobre la época del
general Prim.
A
lo largo de su dilatada carrera política y militar, el general Juan Prim y Prats (1814-1870) fue uno
de los principales conspiradores y espadones del reinado de Isabel II.
Encumbrado
a temprana edad como militar valeroso en la Primera Guerra Carlista, se
significó a partir de 1840 como destacado diputado progresista con un creciente
protagonismo en las complejas intrigas políticas de la época.
Momentos
estelares de su carrera política fueron su nombramiento como Capitán General de
Puerto Rico (1847-1848), su triunfal participación en la Primera Guerra de
Marruecos (1859-1860) y su clarividente actuación
militar y diplomática en México en 1862.
Tras
derrocar a Isabel II en la Revolución de 1868, la Gloriosa, Prim ocupó el cargo
de Presidente del Consejo de Ministros y se convirtió en árbitro de la política
nacional y supremo hacedor de reyes. Se mostró partidario de la monarquía
constitucional al tiempo que se opuso a la restauración de la dinastía de los
Borbones.
En
noviembre de 1870, al final de un arduo proceso de selección del candidato
idóneo, Prim logró imponer en las Cortes a Amadeo de Saboya como nuevo rey de
España, granjeándose, así, la enemistad tanto de sus antiguos aliados
republicanos como de los partidarios de la restauración borbónica en la persona
del duque de Montpensier.
El
atentado contra Prim se produjo en vísperas de la llegada del nuevo rey a
Madrid y, a la postre, habría de cambiar el curso de la historia, al eliminar
al gran valedor de Amadeo I y convertir en inviable la solución dinástica de
los Saboya.
Fueron
numerosos y poderosos los interesados en acabar con el omnímodo poder de Prim
en la época: republicanos, partidarios de Montpensier, partidarios de la reina
depuesta Isabel II, el regente general Francisco Serrano, etc. Estas
circunstancias hacen compleja la atribución de la responsabilidad del
magnicidio, a la vez que abonan interpretaciones de complots urdidos desde
altas esferas para acabar con su vida.
No
faltan en las circunstancias del atentado, tampoco, las advertencias de rivales
y premoniciones de amigos. Un diputado republicano que, al abandonar Prim las
Cortes en la tarde del 27 de diciembre, le recomienda: “Vuelva a casa por otro
camino”; otro diputado también republicano que responde a una broma de Prim con
una enigmática amenaza: “Mi general, a cada uno le llega su San Martín”…
Otro
ingrediente novelesco del atentado fue el fantasioso “telégrafo fosfórico”, una
cadena de conspiradores situados en las esquinas que encendían cerillas para
avisar del paso de la berlina de Prim.
En
la calle del Turco encontró el vehículo de Prim su camino obstruído por otro
carruaje, seis asaltantes dispararon sus trabucos sobre Prim y sus acompañantes
Moya y Nandín al grito de “¡Fuego, puñeta, fuego!” El cochero consiguió,
finalmente, reemprender la marcha y un acribillado y tambaleante Prim pudo
subir por su propio pie las escaleras de su casa.
Ninguna
de sus heridas, sin embargo, resultaba mortal y, sin embargo, la incompetencia
de los médicos que le atendieron dio lugar a que falleciese el día 30 a
consecuencia de una infección galopante. Hasta el cuarto día,
inexplicablemente, no se avisó al eminente cirujano Sánchez Toca, quien
dictaminó tras su consulta: “Me traen ustedes a ver un cadáver”.