5 de junio de 2011

"El blocao", novela galante y colonial

José Díaz Fernández.
¡Cómo, con el paso del tiempo, han envejecido las vanguardias literarias y han terminado quedándose atrás, en la retaguardia!¡Qué contrasentido para el futurismo de Marinetti, verse relegado al desván de las antigüedades…!


Sin embargo, la lectura de Literaturas europeas de vanguardia (1925), aquel manual de urgencia de las vanguardias emergentes del poeta y crítico literario Guillermo de Torre (1900-1971), todavía resulta estimulante y nos contagia de la frescura y energía vanguardista.

Aquella lectura me llevó hace años a una antología de la prosa de Los vanguardistas españoles (1925-1935), editada en la colección de bolsillo de Alianza Editorial en 1973. Se trata de una serie de textos narrativos y ensayísticos vanguardistas, donde se recoge  una muestra de los primeros balbuceos literarios de una extraordinaria promoción de narradores españoles, unos favorecidos por el éxito posterior y otros injustamente olvidados: Joaquín Arderíus, Max Aub, Francisco Ayala, Mauricio Bacarisse, Corpus Barga, Wenceslao Fernández Flórez, Ernesto Giménez Caballero, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela, Benjamín Jarnés, Edgar Neville, etc.

Guillermo de Torre y su esposa
Norah Borges en 1928.
En esta antología se encuentra representado el autor que hoy nos ocupa, José Díaz Fernández (1898-1940), con textos de su novela La Venus mecánica (1929) y su ensayo El nuevo romanticismo (1930).

De este autor de nacimiento salmantino pero crianza asturiana, siempre se destaca que inició el viraje del formalismo vanguardista hacia la rehumanización y el compromiso social en la literatura. De hecho, sus últimas obras, Vida de Fermín Galán (1931) y Octubre rojo en Asturias (1935), entran ya de lleno en el terreno de la novela social de los años 30.

Díaz Fernández ejerció el periodismo y participó activamente en política durante la Segunda República como diputado por agrupaciones republicanas de izquierda. Desempeñó algún cargo relevante como jefe de prensa en Barcelona durante la Guerra civil y, a la conclusión de ésta, marchó al exilio en Francia, donde falleció tempranamente.

José Díaz Fernández.
Su obra más conocida es la que hoy nos ocupa, El blocao (1928), donde evocaría su experiencia en el servicio militar durante la Guerra de Marruecos en 1921-1922, coincidiendo con la época del desastre de Annual.

El blocao es, sin duda, una de las tres grandes novelas españolas sobre la guerra colonial en Marruecos durante el siglo XX, junto con otras dos conocidas cumbres de nuestra narrativa contemporánea: Imán (1930) de Ramón J. Sender y La ruta, segunda parte de la trilogía La forja de un rebelde (1941-1944) de Arturo Barea.

El blocao fue la primera de esta extraordinaria serie novelística en introducir nuestras letras por los inexplorados terrenos de la novela colonial africana. La primera en presentar al lector moderno un exótico mundo de extrañas referencias léxicas como cabila, aduar, ajimez, gumía, muecín, etc. La primera también en situarnos ante sugestivos topónimos, luego tan reiterados en la novela posterior sobre el conflicto: Beni Arós, Zoco-el-Arbaá de Beni Hassam, Xauen, Yebala, etc.

Soldados en el interior de un blocao.
Asimismo, El blocao fue pionera en describir aquella pintoresca presencia militar española en el norte de Marruecos, con toda la terminología al uso en la época: paco, heliógrafo, aguada, descubierta, cuota, etc.

El mismo título de la novela revela la extraña ocupación española de su colonia africana: un blocao era una pequeña fortaleza de madera guarnecida por una escasa tropa, que permanecía prácticamente enclaustrada y aislada hasta su relevo por el siguiente contingente de soldados.

Disparando desde el blocao.
La novela de Díaz Fernández comienza precisamente con la evocación de la llegada del narrador al blocao a donde había sido destinado:

“Llevábamos cinco meses en aquel blocao y no teníamos esperanzas de relevo. Nuestros antecesores habían guarnecido la posición año y medio. Los recuerdo feroces y barbudos, con sus uniformes desgarrados, mirando de reojo, con cierto rencor, nuestros rostros limpios y sonrientes. (…) El sargento que me hizo entrega del puesto se despidió de mí con ironías como ésta:
-Buena suerte, compañero. Esto es un poco aburrido, sobre todo para un cuota. Algo así como estar vivo y metido en una caja de muerto”.

Defensa de un blocao.
En momentos puntuales, la novela se muestra crítica con la Guerra de Marruecos y señala amargamente los espurios intereses económicos que la motivaron:

“La mañana que salimos para Marruecos era una mañana de cristal. (…) Los soldados desfilaban hacia la estación medio encorvados, ya por el peso de las mochilas y de las cartucheras. La banda del regi­miento tocaba un pasodoble de zarzuela; aquel «Banderita, banderita...» encanallado por las gargantas de todas las segundas tiples. Y era espantoso marchar a la guerra entre los compases que horas antes, en las salas de los cabarets, habían servido para envolver las carcajadas de los señoritos calaveras, nietos de aquellos otros que tenían minas en el Rif”.

Un blocao asediado.
El blocao nos brinda una visión también crítica de la capital del protectorado español de Marruecos, Tetuán, a la que califica de “ciudad antropófaga”:

“Por aquella fecha Tetuán era un vivero de vicio de negocio y de aventura. Como todas las ciuda­des de guerra, Tetuán engordaba y era feliz con la muerte que a diario manchaba de sangre sus flancos. Dijérase que aquellos convoyes silenciosos que evacua­ban muertos y heridos, aquellas artolas renegridas por la sangre seca de los soldados, eran el alimento de la ciudad”. 

Soldados españoles en Marruecos.
Sin embargo, en El blocao no se narran pormenorizadamente hechos bélicos a excepción de breves episodios como el de “Casa Osinaga” o “El soldado de las gafas de concha”. De hecho, las únicas muertes expuestas en sus páginas son, en cierto sentido, crímenes pasionales.

Porque El blocao no es un alegato antibelicista ni versa sobre el aspecto trágico de la guerra… La intención de su autor fue simplemente “convertir en materia de arte mis recuerdos de la campaña marroquí”.

Destrucción de un aduar.
Subtitulada “Novela de la guerra marroquí” y dividida en siete capítulos, El blocao no es una novela al uso sino una colección de relatos cortos independientes y con distintos personajes. Todos estos episodios están, sin embargo, conectados por la ambientación bélica y la narración en primera persona.

El estilo de Díaz Fernández es rápido, directo y fluido, salpicado de imágenes de estirpe vanguardista: unas higueras en mitad del camino hacia un campamento militar son “heroicas hilanderas del sol del desierto”, al anochecer “la ciudad acababa de prenderse  los alfileres de sus focos”, las mujeres con abrigos abiertos parecen “rajadas desde el cuello hasta los muslos  para enseñar por la herida reciente los intestinos de crespón de los vestidos”, etc.

Los capítulos 2 “El reloj” y 6 “Reo de muerte” tratan de los vínculos sentimentales que, desesperados de soledad y abandono, dos soldados establecen con un reloj y con un perro.


La Odalisca. Mariano Fortuny, 1861.

Los capítulos 1 “El blocao”, 2 “Cita en la huerta” y 5 “África a sus pies” nos ofrecen distintos aspectos de la seducción que las mujeres moras ejercen entre los soldados. 

En el primero de estos episodios, tras varios meses de confinamiento en el blocao, el narrador no cesa de evocar recuerdos de su lejana relación con las mujeres:

“Mi huésped subconsciente colocaba a todas horas delante de mis ojos su retablo de delicias, su sensual fantasmagoría, su implacable obsesión”.

Entonces, aparece vendiendo higos y huevos Aixa, una mora de quince años en cuyos ojos puede verse “el brillo de  un reptil en el fondo de la noche”. Al pagar la mercancía, el narrador roza la mano de la muchacha y siente que “…el contacto con la piel áspera de su mano me enardecía y cierta furia sensual desesperaba mis nervios”.


Una mora. José Tapiró i Baró.

También se llama Aixa la hija del Gran Visir a la que el narrador visita en “Cita en la huerta”. La descripción de tan misteriosa mujer resulta cautivadora y voluptuosa:

“Morena. Pero una morenez de melocotón no muy maduro, con esa pelusa que hace la piel de la fruta tan parecida a piel de mujer”.

En “África a sus pies” entrevemos a la amante de un militar, mora auténtica, hermosa e inquietante a la que se llama África:

“Por detrás de los tabiques había siempre un perfume, un rumor, una presencia misteriosa: África, que iba de la azotea al ajimez y del baño al jardín. A veces, por el frunce de una puerta, veíamos un pijama de seda y una oscura melena de desierto, brillante y salvaje”.

Bailarina Tajara, Larache, 1942. Nicolás Muller.
Estos cuentos sobre la belleza mora giran obsesivamente sobre los ojos de las mujeres:

“Ojos de esos que se encuentran en un zoco o en una calle de Tetuán y que quisiera uno llevarse consigo para siempre con el mismo escalofrío y el mismo rencor…”.

El capítulo 4 “Magdalena roja” desarrolla la relación entre el narrador y la misteriosa revolucionaria Angustias, desde el activismo sindical en España hasta la Guerra marroquí. Para conquistar los favores de Angustias el narrador debe demostrar valor en la lucha obrera y debe para ello superar, previamente, sus contradicciones personales:

“Porque yo sentía la carne gravitar constantemente sobre mi espíritu y toda la vida circundante se convertía en tentación de mis sentidos. No era puro mi rencor contra el burgués del automóvil y del abrigo de pieles”.

El capítulo 7 y último “Convoy de amor” trata de la llegada de Carmen a un distante campamento español:

“…el zoco se alborotó con la presencia de una mujer. De una señora rubia y alegre, muy joven, que dejaba un rastro de perfumes. Todo el campamento se estremeció. Cada hombre era un nervio cargado de escalofríos voluptuosos”.

Carmen viene con avales del Alto comisario, dispuesta a visitar a su marido, teniente destinado desde hacía siete meses en una lejana posición del frente.

En pocos instantes, se organiza un convoy compuesto por un puñado de soldados que deben escoltar a Carmen hasta su destino. La joven coquetea ingenuamente con sus acompañantes y, pronto, “los soldados la seguían como una manada de alimañas en celo”.

Díaz Fernández gradúa magistralmente la sensualidad de este último episodio, hasta conducirnos a un electrizante clímax:

“Después se acostó, boca arriba, con las manos a modo de almohada. Toda ella era un vaho sensual”…

El desenlace de este episodio justifica las incitantes palabras de su introducción: “Lo que voy a contar es mil veces más espantoso que un ataque rebelde”.

El tema recurrente en casi todos los capítulos, como hemos visto, es el deseo sexual en un ambiente hostil. La atracción ejercida por la voluptuosa belleza femenina es descrita magistralmente por Díaz Fernández:

“Pero el rival más temible de mi obra era el deseo erótico. Yo iba por las calles enredándome en todas las miradas de mujer; y tenía que ir quitándolas de mis pasos como si fueran zarzas o espinos”.

En cierta manera, a nuestra novela le ocurre como al protagonista de su cuarto episodio, cuyo “espíritu había caído desde la cumbre de las ideas al vórtice de la pasión erótica”.

Esta gozosa caída convierte El blocao en una novela singular, de lenguaje vanguardista, trasfondo bélico, ambientación exótica  y temática sensual.

Al año siguiente de El blocao, Díaz Fernández publicaría La Venus mecánica (1929). A juzgar por los fragmentos de esta novela recogidos en la anteriormente citada antología de Los vanguardistas españoles (1925-1935), Díaz Fernández daría nuevas muestras de su capacidad para la sugestión sensual.