Presidio de Juan Fernández. Claudio Gray. |
Recién
leída la tetralogía juvenil de Juan
Madrid (1947) dedicada a los Recuerdos
de piratas (1996-2010), he dado casualmente con un libro de viajes del
pamplonés Miguel Sánchez–Ostiz
(1950) con sugestivos título y portada: La
isla de Juan Fernández. Viaje a la Isla de Robinson Crusoe (2005).
Imposible
sustraerse a lectura tan prometedora de los irresistibles ingredientes
oceánicos anunciados en esta crónica viajera: exóticas islas, exploraciones
marinas, leyendas de piratas y náufragos, etc.
Después
de tantas ensoñaciones infantiles por la geografía de los Mares del Sur en
atlas escolares y en lecturas de Stevenson,
Melville, Jack London, Joseph Conrad
etc., ¿cómo no abrir ávidamente las páginas de un libro con semejante título?
¿Viajar
a las islas de Juan Fernández, Guam, Carolinas, Marianas, Palaos, Célebes,
Pitcairn, etc? ¡¡Por supuesto!! ¿Cómo no enrolarse en tan incitante literaria
singladura? El mismo Sánchez-Ostiz reconoce en su crónica que: “El viento que soplaba al principio, antes
de llegar, en las velas de estas páginas y en las del viaje que las alienta es
el de la literatura…”
Literatura
oceánica, por cierto, escasamente cultivada en nuestra lengua, pese a las
increíbles aventuras de los marinos españoles surcando el inmenso Pacífico: Elcano,
Loaisa, Urdaneta, Legazpi, etc.
Valga
como ejemplo de esto último que la única referencia literaria que conozco al descubridor
español de los Mares del Sur, aparezca en
el soneto “On First Looking into Chapman’s
Homer”de John Keats, donde compara
el deslumbramiento de la lectura de Homero al primer avistamiento del Pacífico
a cargo de Hernán Cortés (en realidad, el verdadero personaje histórico que
realizó tal hazaña fue Vasco Núñez de Balboa): “Then felt I like some watcher of the skies / When a new planet
swims into his ken; / Or like stout Cortez when with eagle eyes / He
stared at the Pacific…”
Sánchez-Ostiz
se encarga en su texto de aclarar la doble denominación que la isla visitada
recibe en el título de su obra. El archipiélago de Juan Fernández se compone
principalmente de dos islas que en 1966 cambiaron su nombre: la mayor Más a Tierra pasó a llamarse Robinson Crusoe y la menor Más Afuera se convirtió en Alejandro Selkirk. Ambos nombres aluden a
la vinculación del archipiélago con la famosa obra de Daniel Defoe, ya que Selkirk fue un náufrago en la isla Más a
Tierra cuya historia real inspiró la peripecia literaria de Robinson Crusoe.
La
obra de Sánchez-Ostiz es un libro de viajes en el que se alternan anécdotas y
descripciones de la isla actual con el repaso de sus episodios históricos,
leyendas y figuraciones literarias. Ambos aspectos del libro suceden sin un
preciso orden cronológico. Las anotaciones biográficas del viajero se suceden
sin indicación alguna de fecha ¡ni año!, las referencias a la atropellada
historia de la isla igualmente se
acumulan de forma igualmente casual, según van llegando a noticia del curioso
autor, quien describe su método de redacción del siguiente modo: “Mientras termino de escribir estas cosas al
ritmo de irlas descubriendo poco a poco…”
Entre
noticias de la vida diaria del viajero y la erudición sobre la isla de la que
va haciendo acopio, una parte sustancial del libro se dedica a sabrosas
observaciones personales sobre variados asuntos: las llamadas “genealogías
recreativas”, el robinsonismo, los motivos del viajar, etc.
Sánchez-Ostiz
hace uso de una voz con una potente personalidad, de un lenguaje directo con un
personal equilibrio entre expresiones cotidianas y léxico literario. Se muestra
subyugante narrador de estirpe barojiana, ágil ensayista, franco anotador de
sus introspecciones, delicado en poéticos comentarios y observaciones. Sirva
como ejemplo de esto último la descripción de cómo el rescate de una nave
sumergida en el fondo de la bahía frente a la isla ofrecería “la visión fantasmagórica del casco del
galeón conforme iba emergiendo de la arena y saliendo a la luz cenital del agua
envuelto en la nube de arena finísima y de los enseres desfigurados por el agua
y las formaciones minerales”.
Sin
ninguna división en capítulos, sólo con una mínima separación entre apartados
de desigual extensión, a lo largo del libro se desarrollan en continuo flujo
noticias sobre las andanzas del viajero, sus reflexiones a pie de obra y sus
averiguaciones sobre la marcha en torno a historia y leyendas.
Todos
estos ingredientes en abigarrada y caótica mezcla, a la barojiana manera del
cajón de sastre, ofrecen una impresión de espontánea y palpitante vitalidad,
lejos de la crónica periodística o del reportaje de viajes. La isla de Juan Fernández puede así
leerse, en definitiva, como una peculiar novela con múltiples relatos
interpolados, con confesiones íntimas propias de un diario, etc.
El
estimulante relato de las aventuras marinas en torno a la isla constituye, sin
duda, uno de los principales alicientes de esta obra de Sánchez-Ostiz: la
historia del náufrago Selkirk abandonado en la isla durante el período
1704-1709, el tesoro de la corona española escondido por el vasco Juan Ubilla
en 1714, los viajes del pirata Shelvocke, la expedición de lord Anson en 1741,
la increíble voladura del Unicorn con su tripulación a bordo a cargo del
capitán Cornelius Patrick Webb en 1761, los años de colonia penitenciaria, la
visita de la aguerrida Mary Graham en 1823, etc… La isla ofrece un cofre
rebosante de historias inauditas.
No
menos sugerentes resultan las figuraciones y menciones literarias de la isla que
Sánchez-Ostiz evoca aquí y allá: “The
Rime of the Ancient Mariner” de Coleridge,
el poema “Alejandro Selkirk” de Borges,
la peripecia del capitán Delano Amasa en el relato Benito Cereno de Melville, la novela Más Afuera (1930) del chileno Eugenio
Fernández Rojas (1903-1976), etc... ¡¡incluso un personaje de Pío Baroja
recaló en la isla en La estrella del
capitán Chimista (1930)!!
No
se olvida tampoco Sánchez-Ostiz de mencionar otras recreaciones literarias del
famoso náufrago de Crusoe en nuestras letras: la novela La isla de Robinsón (1981) de Arturo
Uslar Pietri, la fantasía literaria La
famosa noche de Robinsón en Pamplona (1929) de Rafael Sánchez Mazas…