10 de agosto de 2012

La expedición de Mina a México en 1817

Francisco Javier Mina en Londres.
   Con su suicida expedición mexicana de 1817, el general navarro Francisco Javier Mina (1789-1817) habría de incorporar su nombre a la gloriosa nómina de mártires del liberalismo español en tiempos del nefando rey Fernando VII, en la que figuran otros militares víctimas del absolutismo fernandino como Porlier, Lacy, Riego, Juan Martín el Empecinado, Torrijos, etc.

Suele ser recordado nuestro héroe como “Mina el Mozo” para distinguirlo de su tío, el también guerrillero y liberal navarro Francisco Espoz y Mina (1781-1836).

Francisco Javier (o Xavier) Mina inició su brillante carrera militar al frente de la guerrilla navarra “el Corso” contra el invasor francés durante los primeros años de la Guerra de la Independencia (1808-1810). Detenido en este último año por las tropas napoleónicas, permaneció preso en tierras francesas hasta el final de la contienda.

Mina, guerrillero contra el francés.
Concluida la guerra, en 1814, tras participar en un fallido pronunciamiento militar a favor de la restauración de la Constitución de 1812, hubo de marchar al exilio londinense.

El joven Mina trabó conocimiento en Londres con el mexicano fray Servando Teresa de Mier, religioso que había sido expulsado de México en 1801 por el arzobispo Alonso Núñez de Haro y que, posteriormente, había apoyado los movimientos independentistas de las naciones americanas desde el diario londinense de José María Blanco White, “El Español” (1810-1814).

Decidido a continuar su lucha contra el absolutismo fernandino apoyando la causa independentista mexicana, Mina organizó una expedición militar con el fin de auxiliar a los insurgentes  de la Nueva España.

Con una reducida división de unos 300 militares de diversas nacionalidades, Mina desembarcó en Soto la Marina, en territorio mexicano, el 15 de abril de 1817.

Desde este punto, Mina se internó en territorio controlado por el ejército realista, a la búsqueda del contacto con las fuerzas insurgentes.

Tras una serie alucinante de marchas, contramarchas, asedios, victorias, derrotas, traiciones y sacrificios, Mina es finalmente preso en el rancho de “El Venadito” y fusilado el 11 de noviembre de 1817.

Mina en el combate de San Juan de los Llanos.
El Virrey mexicano Juan Ruiz de Apodaca fue premiado por este servicio al rey con el título de “Conde de Venadito”.

La campaña de Mina resultó breve y de escasa trascendencia militar, aunque de gran carga simbólica. Sin embargo, la aventura de Mina no ha encontrado un eco en nuestra literatura a la altura de la trascendencia mítica del personaje.

El poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973), por referir el ejemplo más conocido, dirigió a Mina el poema XXII del ciclo “Los Libertadores” de su Canto general (1950):

“Mina, de las vertientes montañosas
llegaste como un hilo de agua dura.
España clara, España transparente
te parió entre dolores, indomable,
y tienes la dureza luminosa
del agua torrencial de las montañas…”.

Por su parte, el literato mexicano Martín Luis Guzmán (1887-1976) dedicó a nuestro héroe su novela Mina el mozo: Héroe de Navarra (1932).

En realidad, las referencias más abundantes a las andanzas de Mina pueden hallarse en informes, memorias y crónicas del siglo XIX, algunas de ellas redactadas por testigos directos de los hechos históricos narrados.

Mina (derecha) en un mural de Diego Rivera.
Así, la primera narración de la Expedición de Mina fue publicada en 1820 por Williams Davis Robinson en una obra que habría de traducir José Joaquín de Mora (1783-1864) en Londres unos años después con el título de Memorias de la Revolución de Méjico y de la Expedición del General D. Francisco Javier Mina (1824).

El referido autor americano Williams D. Robinson se documentó para su obra en las memorias manuscritas del oficial inglés James A. Brush, compañero de Mina en su Expedición famosa.

Estas memorias directas de la aventura mexicana de Mina se titulaban originalmente Journal of the Expedition and Military Operations of General Don Fr. X. Mina in Mexico , 1816-1817 y hubieron de ser escritas hacia 1819.

La serie de crónicas de la expedición del general navarro Francisco Xavier Mina (1789-1817) a  Méjico en 1817 constituyen uno de los más claros ejemplos del desinterés de la prosa literaria española de inicios del XIX por las convulsas circunstancias históricas contemporáneas.

10 de julio de 2012

El viaje a Cuba de Salas y Quiroga en 1840

Retrato de caballero. Elbo Peñuelas, 1838.
Primer tomo de una proyectada serie de libros de viajes que no tuvo continuación, la descripción de Cuba a cargo del poeta romántico Jacinto de Salas y Quiroga (1813-1849) nos ofrece una encantadora y crítica estampa de la colonia trazada con exquisita prosa y sólidos argumentos liberales.

Tuvo el coruñés Salas y Quiroga una educación cosmopolita y viajera. Huérfano a temprana edad, hubo de continuar sus estudios lejos de su ciudad natal, al principio en Madrid y, posteriormente, en Burdeos.

Con 17 años, viajó a Suramérica y se estableció en Lima, donde escribió sus primeros versos. En 1832-1833 visitó Francia e Inglaterra, antes de regresar a Madrid, donde participó activamente en la vida literaria del romanticismo.

Así, colaboró con artículos y narrativa breve en prensa política y literaria de la época e incluso, en 1837, fundó la influyente revista No me olvides.

Publicó también un tomo de sus Poesías (1834), precedido de un prólogo que, a veces, se ha considerado como verdadero manifiesto del romanticismo español.

En este volumen de poesías, incluyó su drama en verso “Claudia”. Compuso en estos años, además, otras obras para la escena como la comedia “Stradella”, el drama en verso “El Spagnoleto” y el drama traducido del francés “Luisa”.

Dio a la imprenta, asimismo, diversos estudios de historia, opúsculos políticos y relatos costumbristas de corte romántico. En 1848, un año antes de su temprana muerte, publicó su novela costumbrista El Dios del siglo.
José Zorrilla (1817-1893) dedicó unos conocidos versos “A don Jacinto de Salas y Quiroga”:

“Es el poeta en su misión de hierro,
Sobre el sucio pantano de la vida
Blanca flor, que del tallo desprendida
Arrastra por el suelo el huracán…”

En mitad del período madrileño final de su biografía, Salas y Quiroga viajó a Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba a lo largo de los años 1839-1840. A su regreso, ya en Madrid, publicaría el primer tomo de los Viajes de D. Jacinto de Salas y Quiroga (1840), que estaría dedicado a la “Isla de Cuba”. No tengo noticia de la publicación de más tomos correspondientes a esta proyectada serie de libros de viajes.

Ignoro los motivos del viaje que llevó a nuestro autor desde Cádiz a Puerto Rico y, a continuación, Cuba. En su crónica de viajes, Salas y Quiroga alude en dramáticos términos a su ánimo y circunstancias personales antes de pisar suelo cubano:

“Harto ya de una vida de agonía, suspirando al ver, barridas por el huracán, mis más dulces ilusiones, oprimido bajo el peso de las desgracias de mi patria y de mi familia, yo llevaba otra vez a América un corazón lastimado por el sufrimiento y una imaginación embotada por el engaño de la realidad”.

Algunas referencias a las causas de sus convulsos sentimientos y azarosa vida encontramos unas líneas más adelante. Así, en alusión a la Primera Guerra Carlista (1833-1840), se pregunta torturado:

“…¿por qué, ínterin tus hermanos se desgarran, ínterin tu patria yace bajo el yugo de una guerra de Caines, por qué llevas tú tu brazo a extraños climas?... No fuera mejor emplear tu pujanza…”.

Ante este atormentador dilema, opta por mantenerse en su oposición al fanatismo bélico tanto de carlistas como de liberales exaltados:

“…¿en qué, Dios mío?,  me respondía yo a mi mismo. ¿Por ventura sé yo lo que quieren mis hermanos?...¿Por ventura sabe alguien por quién lucha?... ¿Combaten divididos los españoles por un rey o por un principio? ¿Lo saben ellos, lo sabe el mundo?... Todos los ignoran. ¿No llegará el día, tal vez, en que confundidos unos y otros, lloren entrambos tanta sangre inútilmente derramada?”.

Circunstancias personales y políticas al margen, Salas y Quiroga formula en el prólogo a sus Viajes esta prometedora declaración de intenciones:

“Me propongo publicar, en una serie de tomos, la relación de los viajes en que llevo gastados los más floridos años de mi vida. (…) Dolores y placeres  me han ocasionado tantos y tan distintos viajes; sólo los placeres quisiera transmitir a mis lectores”.

Y, en efecto, Salas y Quiroga desarrolla a continuación un ameno, curioso y delicado cuadro de la Cuba colonial. El comienzo del primer capítulo, en este sentido, no podría ser más sugestivo:

“El 25 de noviembre de 1839, al crepúsculo de la mañana, la fragata española “Rosa” se hallaba suavemente mecida por un soplo de viento perfumado, a la vista de La Habana…”.

Desde la embocadura del puerto, iniciamos así un recorrido por la isla, dividido en 35 capítulos que tratarán de los más diversos aspectos de la colonia: usos y costumbres, economía y gobierno, naturaleza y arte, etc.

No faltan, desde luego, en este Viaje las detalladas descripciones de La Habana y de sus lugares y edificios más notables como su puerto, su catedral, el Convento de San Francisco, el Castillo del Morro, la Cabaña, el paseo de Tacón, el Templete, etc.
Salas y Quiroga ofrece, además, sabrosas observaciones al paso de su conocimiento de la ciudad. Así, al respecto de La Habana, nos señala:

“Las calles no son muy anchas, cual fuera necesario en un país de tanta concurrencia y en que no es posible vivir sin el auxilio de la bienhechora brisa. (…) El forastero, ignorante de los usos del país, o poco acomodado para sostener un carruaje o curioso y observador, que discurre por aquellas calles, se ve casi solo, sin encontrar más que hombres de color, ocupados en sus faenas, y muchedumbre infinita de quitrines (carruajes del país) que embaracen su marcha”.

22 de mayo de 2012

Influjo de amor en la corte indiana

Tomás de Iriarte.
Hagamos un viaje de ida y vuelta a México a bordo de dos hermanados sonetos neoclásicos, uno de ellos obra del tinerfeño Tomás de Iriarte (1750-1791) y otro a cargo del michoacano Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809) con aquellos famosos versos que dicen: “Célebres calles de la corte indiana, / grandes plazas, soberbios edificios, / templos de milagrosos frontispicios”… 

Nos embarcaremos, primero, rumbo al México virreinal junto con el insigne conquense Alonso Núñez de Haro y Peralta (1729-1800). [i]

Ilustrado de exquisita educación y vasta cultura, Núñez de Haro desarrolló una importante carrera eclesiástica y académica, favorecido por la protección del papa Benedicto XIV y del rey Fernando VI.

Alonso Núñez de Haro.
Como culminación de esta carrera, fue designado arzobispo de México en 1772 a propuesta del rey Carlos III y, durante un breve período de escasos meses, llegó incluso a ocupar interinamente el cargo de virrey de Nueva España en 1787.

Durante su arzobispado, se distinguió por sus desvelos en educación y obras benéficas: fundó el Hospital de San Andrés, el Asilo de Niños Expósitos, el Convento de Capuchinas, el Seminario de Tepozotlán… Asimismo, dejó su huella en la arquitectura mejicana, impulsando las obras de la Catedral Metropolitana de México y la terminación de la Capilla del Pocito en Guadalupe.

Como prelado, publicó en México diversos sermones, cartas pastorales y constituciones religiosas. A su muerte, se editaron en Madrid los tres volúmenes de sus Sermones escogidos, pláticas espirituales privadas y dos pastorales (1806-1807).

Catedral de México.
Pero volvamos a la embarcación que habrá de surcar los mares hasta la Nueva España mexicana. Tras su nombramiento como arzobispo  de México, Núñez de Haro partió desde Cádiz con rumbo a Veracruz el 28 de mayo de 1772 llevando para su servicio un numeroso séquito de pajes, secretarios, tesoreros, fiscales, cocineros, ayudas de cámara, capellanes, etc. [ii]

Este momento crucial en la vida de Núñez de Haro fue glosado en unas anónimas “Liras”, dedicadas a nuestro arzobispo en un homenaje póstumo: [iii]

“Gozaba retirado
Quietos laureles en su edad temprana,
Cuando se vio ensalzado
Núñez de Haro a la Mitra Mexicana;
Y a frente de los riesgos, que preveía,
Con generoso pecho así decía:

Venid enhorabuena,
Borrascas, tempestades, monstruos crueles,
Mi paz quieta y serena
Renuncio, y mis pacíficos laureles,
Por abrazar peligros. ¿Y qué importa?
Sólo el poder ser útil me conforta”.

Zócalo de México.
Bueno, entremezclados con la comitiva de ayudantes que acompañaba al flamante arzobispo, ya hemos arribado a nuestro destino. 

Siempre he pensado que la impresión que debió causarle a Núñez de Haro su entrada en la ciudad de México podría expresarse con los cuartetos iniciales del famoso soneto “Influjo del amor” del poeta mexicano Manuel Martínez de Navarrete:

“Célebres calles de la corte indiana,
grandes plazas, soberbios edificios,
templos de milagrosos frontispicios,
elevados torreones de arte ufana,

altos palacios de la gloria humana,
fuentes de primorosos artificios,
chapiteles, pirámides, hospicios,
que arguyen la grandeza americana:

¡Oh México!, sin duda yo gozara del gusto
que me brinda tu grandeza,
si causa superior no lo estorbara.

De tu suelo me arranca con presteza
el suave influjo de la dulce cara
de una agraciada rústica belleza”.

Interior de la Catedral de México.
Martínez de Navarrete, el último gran poeta mexicano del virreinato, fue fraile franciscano que dio a conocer sus versos en la prensa mexicana de la época, firmando habitualmente con las iniciales F. M. N. = Fray Manuel Navarrete.

Años después de su muerte, se reunieron tanto sus poemas publicados de manera dispersa como sus obras inéditas en los dos volúmenes de los Entretenimientos poéticos del P. F. Manuel Navarrete (1823).

En su obra poética se mostró seguidor del estilo prerromántico de los poetas españoles contemporáneos Quintana, Cienfuegos y Meléndez Valdés.

Vista aérea de Guadalupe.
Con un rico lenguaje y hábil dominio de variados metros, Martínez de Navarrete trató diversos temas: reflexiones filosóficas, descripciones de la naturaleza y, especialmente, sensuales y emotivas cuitas amorosas.

Abordó estos asuntos siempre con un característico estilo tierno, sentimental y delicado. En especial, brilló en la descripción de las delicias de la naturaleza y resulta inolvidable, a este respecto, su cándida y sensorial pintura de cómo amanece el día en “La mañana”:

“El ámbar de las flores ya se exhala
y suaviza la atmósfera; las plantas
reviven todas en el verde valle
con el jugo sutil que les discurre
por sus secretas delicadas venas”.

Vista de la Catedral. Theubet de Beauchamp.
En este mismo poema dedicado a “La mañana”, desarrolla Navarrete el recurrente tópico en su obra  del “menosprecio de corte, alabanza de aldea”. Así, tras presentarnos su idílica vida pastoril, el poeta nos formula esta pregunta:

“¿Y he de trocar entonces mi cabaña
aunque estrecha y humilde, por el grande
y soberbio palacio donde brilla
como el sol en su esfera un señor rico,
pisando alfombras con relieves de oro?”.

Baile popular mexicano.
El soneto “Influjo del amor” expone, precisamente, esta misma reiterada predilección por la sencilla cabaña a costa de las riquezas mundanas. En este caso, sin embargo, Navarrete introduce una notable variación: en lugar de hacer menosprecio de corte, Navarrete ensalza la belleza de ésta en términos abrumadores para mostrar así, de forma más impresionante, el poderoso influjo que ejerce sobre él la agraciada belleza de una rústica zagala.  

Este soneto es el primero de la extraordinaria serie de sonetos recogidos en los Entretenimientos poéticos de Navarrete y su título original dice así: “Influjo del amor imitando el artificio del primer soneto de Don Tomás de Iriarte”.

El Sagrario de México.
Hora es pues de embarcarnos de regreso para España a la búsqueda del aludido soneto del mencionado poeta canario.

Conocido, sobre todo, por la traducción de las  fábulas de Fedro, Tomás de Iriarte fue un interesante poeta dieciochesco de registro y temática variada. Iriarte dominó magistralmente la forma del soneto y de ello dio muestras en dos composiciones dedicadas al arte de hacer sonetos (el V y X de su serie de sonetos).

La mayoría de sus sonetos son de tono satírico y quizás sea su “Soneto I” el único amoroso de su producción:

“¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
Clara fuente, sonoras avecillas,
Verde prado que esmaltas las orillas
Del celebrado y anchuroso río!

¡Grata Aurora, que viertes ya el rocío
Por entre nubes rojas y amarillas,
Bello horizonte de lejanas villas,
Aura blanda que templas el estío!

¡Oh, soledad! quien puede te posea:
Que yo gozara en tu apacible seno
El placer que otros ánimos recrea,

Si tu silencio y tu retiro ameno
Más viva no ofrecieran a mi idea
La imagen de la ingrata por quien peno”.

Plaza de Santo Domingo en México.
El soneto de Iriarte, al igual que el de su epígono Navarrete, presenta una impecable factura. Ambos sonetos están construidos, ciertamente, con arreglo a un mismo esquema expositivo y sintáctico. En ambos casos, en el primer terceto se resume todo lo descrito detalladamente en los cuartetos iniciales por medio de una invocación: “Oh, México”, “Oh, soledad”.

A continuación, ambos poetas se dirigen en segunda persona al concepto así evocado para lamentar su imposibilidad de permanencia en México o su incapacidad de disfrutar de la soledad en el campo. Ambos poemas utilizan la expresión “yo gozara” en este punto de su argumentación.

Capilla del Pocito en Guadalupe.
Sin embargo, pese a esta arquitectura paralela, la resolución del conflicto amoroso es diferente en el último terceto de estos sonetos. Mientras que Navarrete lamenta no poder disfrutar de la belleza de la corte y se despide de ésta arrastrado por el influjo de una rústica belleza, Iriarte, en cambio, se muestra incapaz de disfrutar del ameno retiro campestre porque éste trae a su memoria más vivamente el recuerdo de un amor no correspondido.

La suerte amorosa parece distinta en cada poema: en el soneto de Navarrete la belleza femenina se califica de suave, dulce y agraciada; en cambio, en el soneto de Iriarte, la amada resulta ingrata y causa penas al poeta.

Alonso Núñez de Haro.
En cualquier caso, ambos sonetos desarrollan, en suma, distintas variaciones del amor cortés en un fingido contexto de égloga pastoril, muy del gusto de la poesía dieciochesca.

En fin, de vuelta ya a esta vertiente continental de nuestra lengua común, damos por concluida nuestra singladura oceánica. Atrás hemos dejado al arzobispo Núñez de Haro, a quien inicialmente acompañamos hasta su corte indiana.

De nuestros dos sonetos hermanados, finalmente, podríamos decir como se afirmaba poéticamente de nuestro arzobispo en un homenaje póstumo: “Ya no cabe en la España su profundo / Saber; ya queda en lazos estrechado / Si su esfera no crece a un Nuevo Mundo”. [iv] 

Quedan pues ambos sonetos, uno del mexicano Navarrete y otro del español Iriarte, definitivamente, en lazos estrechados.


[i] Núñez de Haro nació en Villagarcía del Llano (Cuenca) de madre conquense (Quintanar del Rey) y padre albaceteño (Cenizate). La respuesta de esta última población al cuestionario del geógrafo Tomás López en 1786 indicaba lo siguiente: "También los padres y ascendientes del Señor arzobispo de Méjico son de este Lugar los que viven en Villa García de Cuenca, en donde a nacido dicho Señor arzobispo actual". 
[ii] Según documentación consultada por Pedro Joaquín García Moratalla en su estudio “Villagarcía a mediados del siglo XVIII”, 1998, página 180
[iii] “Relación de la fúnebre ceremonia y exequias del ilustrísimo y excelentísimo señor doctor Don Ildefonso Núñez de Haro y Peralta Arzobispo que fue de esta santa Iglesia Metropolitana de México” (1802): liras, página 48.
[iv] “Relación de la fúnebre ceremonia y exequias del ilustrísimo y excelentísimo señor doctor Don Ildefonso Núñez de Haro y Peralta Arzobispo que fue de esta santa Iglesia Metropolitana de México” (1802): soneto “Sin envidia su luz la reluciente”, página 44.



19 de abril de 2012

Un robinsón en la isla de Juan Fernández

Presidio de Juan Fernández. Claudio Gray.
Recién leída la tetralogía juvenil de Juan Madrid (1947) dedicada a los Recuerdos de piratas (1996-2010), he dado casualmente con un libro de viajes del pamplonés Miguel Sánchez–Ostiz (1950) con sugestivos título y portada: La isla de Juan Fernández. Viaje a la Isla de Robinson Crusoe (2005).

Imposible sustraerse a lectura tan prometedora de los irresistibles ingredientes oceánicos anunciados en esta crónica viajera: exóticas islas, exploraciones marinas, leyendas de piratas y náufragos, etc.

Después de tantas ensoñaciones infantiles por la geografía de los Mares del Sur en atlas escolares y en lecturas de Stevenson, Melville, Jack London, Joseph Conrad etc., ¿cómo no abrir ávidamente las páginas de un libro con semejante título?

¿Viajar a las islas de Juan Fernández, Guam, Carolinas, Marianas, Palaos, Célebes, Pitcairn, etc? ¡¡Por supuesto!! ¿Cómo no enrolarse en tan incitante literaria singladura? El mismo Sánchez-Ostiz reconoce en su crónica que: “El viento que soplaba al principio, antes de llegar, en las velas de estas páginas y en las del viaje que las alienta es el de la literatura…”

Literatura oceánica, por cierto, escasamente cultivada en nuestra lengua, pese a las increíbles aventuras de los marinos españoles surcando el inmenso Pacífico: Elcano, Loaisa, Urdaneta, Legazpi, etc.

Valga como ejemplo de esto último que la única referencia literaria que conozco al descubridor español de los Mares del Sur,  aparezca en el soneto “On First Looking into Chapman’s Homer”de John Keats, donde compara el deslumbramiento de la lectura de Homero al primer avistamiento del Pacífico a cargo de Hernán Cortés (en realidad, el verdadero personaje histórico que realizó tal hazaña fue Vasco Núñez de Balboa): “Then felt I like some watcher of the skies / When a new planet swims into his ken; / Or like stout Cortez when with eagle eyes / He stared at the Pacific…”

Sánchez-Ostiz se encarga en su texto de aclarar la doble denominación que la isla visitada recibe en el título de su obra. El archipiélago de Juan Fernández se compone principalmente de dos islas que en 1966 cambiaron su nombre: la mayor Más a Tierra pasó a llamarse Robinson Crusoe y la menor Más Afuera se convirtió en Alejandro Selkirk. Ambos nombres aluden a la vinculación del archipiélago con la famosa obra de Daniel Defoe, ya que Selkirk fue un náufrago en la isla Más a Tierra cuya historia real inspiró la peripecia literaria de Robinson Crusoe.

La obra de Sánchez-Ostiz es un libro de viajes en el que se alternan anécdotas y descripciones de la isla actual con el repaso de sus episodios históricos, leyendas y figuraciones literarias. Ambos aspectos del libro suceden sin un preciso orden cronológico. Las anotaciones biográficas del viajero se suceden sin indicación alguna de fecha ¡ni año!, las referencias a la atropellada historia de la isla  igualmente se acumulan de forma igualmente casual, según van llegando a noticia del curioso autor, quien describe su método de redacción del siguiente modo: “Mientras termino de escribir estas cosas al ritmo de irlas descubriendo poco a poco…”

Entre noticias de la vida diaria del viajero y la erudición sobre la isla de la que va haciendo acopio, una parte sustancial del libro se dedica a sabrosas observaciones personales sobre variados asuntos: las llamadas “genealogías recreativas”, el robinsonismo, los motivos del viajar, etc.

Sánchez-Ostiz hace uso de una voz con una potente personalidad, de un lenguaje directo con un personal equilibrio entre expresiones cotidianas y léxico literario. Se muestra subyugante narrador de estirpe barojiana, ágil ensayista, franco anotador de sus introspecciones, delicado en poéticos comentarios y observaciones. Sirva como ejemplo de esto último la descripción de cómo el rescate de una nave sumergida en el fondo de la bahía frente a la isla ofrecería “la visión fantasmagórica del casco del galeón conforme iba emergiendo de la arena y saliendo a la luz cenital del agua envuelto en la nube de arena finísima y de los enseres desfigurados por el agua y las formaciones minerales”.

Sin ninguna división en capítulos, sólo con una mínima separación entre apartados de desigual extensión, a lo largo del libro se desarrollan en continuo flujo noticias sobre las andanzas del viajero, sus reflexiones a pie de obra y sus averiguaciones sobre la marcha en torno a historia y leyendas.

Todos estos ingredientes en abigarrada y caótica mezcla, a la barojiana manera del cajón de sastre, ofrecen una impresión de espontánea y palpitante vitalidad, lejos de la crónica periodística o del reportaje de viajes. La isla de Juan Fernández puede así leerse, en definitiva, como una peculiar novela con múltiples relatos interpolados, con confesiones íntimas propias de un diario, etc.

El estimulante relato de las aventuras marinas en torno a la isla constituye, sin duda, uno de los principales alicientes de esta obra de Sánchez-Ostiz: la historia del náufrago Selkirk abandonado en la isla durante el período 1704-1709, el tesoro de la corona española escondido por el vasco Juan Ubilla en 1714, los viajes del pirata Shelvocke, la expedición de lord Anson en 1741, la increíble voladura del Unicorn con su tripulación a bordo a cargo del capitán Cornelius Patrick Webb en 1761, los años de colonia penitenciaria, la visita de la aguerrida Mary Graham en 1823, etc… La isla ofrece un cofre rebosante de historias inauditas.

No menos sugerentes resultan las figuraciones y menciones literarias de la isla que Sánchez-Ostiz evoca aquí y allá: “The Rime of the Ancient Mariner” de Coleridge, el poema “Alejandro Selkirk” de Borges, la peripecia del capitán Delano Amasa en el relato Benito Cereno de Melville, la novela Más Afuera (1930) del chileno Eugenio Fernández Rojas (1903-1976), etc... ¡¡incluso un personaje de Pío Baroja recaló en la isla en La estrella del capitán Chimista (1930)!!

No se olvida tampoco Sánchez-Ostiz de mencionar otras recreaciones literarias del famoso náufrago de Crusoe en nuestras letras: la novela La isla de Robinsón (1981) de Arturo Uslar Pietri, la fantasía literaria La famosa noche de Robinsón en Pamplona (1929) de Rafael Sánchez Mazas

19 de marzo de 2012

Ramón Solís en las Cortes de Cádiz

El diputado José Mejía Lequerica.
El gaditano Ramón Solís Llorente (1923-1978) dedicó al Cádiz de las Cortes de 1812 la novela de corte realista Un siglo llama a la puerta (1962), en la que puso sus conocimientos eruditos sobre el Cádiz de la época al  servicio de una narración tradicional concebida como un Episodio Nacional con ecos de saga familiar al estilo de Guerra y Paz (1865) de Tolstói, Los Buddenbrook (1901) de Thomas Mann, etc.

Solís estructura su novela alrededor de la familia del comerciante D. Sebastián Fernández Ederra, su esposa Dª. Catalina y sus hijos Manolo, Catalina y Chano. El verdadero protagonista del relato es el menor de los hermanos, Chano Ederra, quien se niega a aceptar continuar con el negocio familiar y, contra la voluntad de sus padres, ingresa en el Colegio de Médicos gaditano. El joven Ederra, además, se empeña alo largo de toda la novela en un amor imposible con Isabel Grove, quien pese a corresponder a este afecto desde la infancia se sacrifica y se somete a la voluntad paterna, casándose con el valiente y noble militar Javier Bengoa.

Las Cortes de Cádiz en 1810 por Casado del Alisal.
La evolución de estos amores imposibles y la voluble dedicación de Chano Ederra a su vocación médica constituyen el eje principal de Un siglo llama a la puerta. Sin ceder en su enamoramiento de juventud, Chano tiene otras relaciones amorosas de distinta naturaleza: una de ellas tormentosa y trágica con Remedios la ventera, otra familiar y hogareña con María…

Alrededor del eje Chano-Isabel que articula la novela, se desarrollan las historias personales de los otros hermanos Ederra: el desgraciado matrimonio de Manolo con una aristócrata madrileña, la oposición familiar a la unión entre Catalina y Cayetano, prestigioso doctor de orígenes humildes.

La evolución de estos amores se extiende notablemente a lo largo de las páginas de la novela, creando la sensación de que el argumento avanza más por enredos sentimentales que por circunstancias históricas.

En realidad, el título de la novela alude a la conclusión que extrae Chano de la imposibilidad de que su padre acceda al matrimonio de su hermana con Cayetano:

“-Él pertenece a otro siglo. Es como otro mundo distinto el que él vive. En sus tiempos se casaban los novios sin conocerse. Acataban las órdenes de los padres como leyes inexorables. No admitirá nunca que Catalina elija un marido por ella misma y, menos aún, que se marche de casa para contraer matrimonio sin su permiso”.

En otro punto de la novela, Chano reflexiona de la siguiente guisa:

“Él pertenecía a una generación nueva que tenía que modificar muchas cosas ¿Por qué los padres habían de buscar y designar el que había de ser el marido de sus hijas?¿Es que un hombre y una mujer no conocen pos sí mismos la llamada del amor? Chano vislumbraba la importancia de aquellos años que le habían tocado vivir. La vida imponía unos nuevos derroteros. Se transformarían las costumbres como ya lo había hecho la moda, como se trastocaba la manera de gobernarse los pueblos”.

La promulgación de la Constitución de 1812 por Viniegra.
La tesis central de la novela alude, por lo tanto, a un cambio en las costumbres conyugales, ilustrado en tres historias paralelas, dedicándose escasa atención en Un siglo llama a la puerta  a las novedades políticas y sociales aportadas por el Cádiz de las Cortes.

El lenguaje de Ramón Solís es llano y directo, con abundantes diálogos en lenguaje sencillo y actual, sin ningún intento de reconstruir el habla popular gaditana. Las descripciones resultan previsibles en su adjetivación: “….septiembre dulcificaba ya el verano con sus atardeceres breves, sus ponientes fríos y sus puestas de sol lánguidas y brumosas”.

Sin embargo, pese a estas limitaciones en su diseño y en su lenguaje, Ramón Solís articula una potente historia humana en una palpitante recreación del Cádiz de la época, en la que la acción se sitúa en los más variados ambientes de la vida gaditana del momento: teatros, tertulias, prensa, comercio, lazaretos, academias, cafés, ventas, aguaduchos, etc.

Asimismo, lo diversos sucesos históricos se hilvanan de forma natural en el relato central de la novela: la batalla de Trafalgar, las fortificaciones del sitio de Cádiz, el bombardeo de la ciudad, las deliberaciones de las Cortes, las epidemias de peste, etc.

Junto a estas brillantes estampas históricas, circulan personajes históricos del Cádiz de la época como la tertuliana Margarita de Morla, el magistral Cabrera, etc. No faltan en la nómina de personajes secundarios conocidos diputados como el asturiano Agustín Argüelles, el ecuatoriano José Mejía Lequerica, etc.  

Igualmente, figuran en la novela representantes de una joven generación literaria como José Joaquín de Mora, Antonio Alcalá Galiano, Francisco Martínez de la Rosa, Bartolomé José Gallardo, el futuro Duque de Rivas, etc.

Fuera de los protagonistas y del extenso catálogo de figuras históricas, uno de los principales alicientes de la novela es la riqueza de personajes que pueblan sus páginas: las figuras contrapuestas Juan Grove y Rafael Núñez de la Vega (un hijo de afrancesado que expía las culpas de su padre, un hijo de marqués en tratos de contrabando con los franceses), los escasamente desarrollados Pepe Méndez y Fernando Tejada, el guerrillero moribundo “el Tábiro”, el curandero “el Cosquillas”, etc.

A veces, estos personajes secundarios protagonizan alguna  de las estampas que componen el libro, conformando así un breve relato interpolado en la narración principal. Éste es el caso del diputado D. Cipriano Pradilla y la hilarante historia del brillante discurso en las Cortes que estaba preparando y que, cuando llegó la ocasión de pronunciarlo, nadie tuvo en cuenta por estar el asunto visto ya para votación.

Otra divertida estampa la protagoniza el gobernador de Cádiz, D. Cayetano Valdés, admirado ante el espejo por el flamante uniforme que se dispone a lucir en la ceremonia de promulgación de la Constitución de 1812. Su esposa le recrimina: “Jamás me has comprado a mí un traje que valiera la mitad de tu uniforme”. El día de la proclamación de la Pepa llovió copiosamente en Cádiz y el traje del gobernador se estropeó con el agua, a lo que su esposa observó:

“-Tu uniforme no ha durado más que un día; esperemos que dure más la Constitución”. D. Cayetano aquella noche “se durmió pensando en lo efímeras que son las empresa humanas”.