Juan Antonio de Zunzunegui en 1950. |
Acabo
de leer, en una vieja edición de la colección Austral de Espasa-Calpe, la segunda
novela del vizcaíno Juan Antonio de Zunzunegui
y Loredo (1901-1982), un relato irregular y cargado de densa literatura que
se presenta con el extraño título de El
chiplichandle (acción picaresca) (1940).
Según
se aclara en una nota preliminar, el término “chiplichandle” es derivación popular del inglés ship-chandler, proveedor de buques, y en
nuestra novela designa la profesión principal del pícaro protagonista Joselín.
Ya
desde la elección de su título, la novela muestra abiertamente sus luces y sus
sombras: un localismo extremadamente realista, a veces ininteligible para el
lector ajeno al mundo retratado, y una voluntad de estilo y creación
lingüística de profundo calado literario. Ambas cualidades, no incompatibles
entre sí, predominan en esta sobresaliente y poco conocida novela de
Zunzunegui.
Pero
comencemos por el principio. He llegado hasta este autor incitado por un
comentario escasamente favorable recogido en la Historia de la literatura española de la editorial Ariel. En efecto,
en el tomo de esta historia dedicado al siglo XX, el autor Gerald G. Brown califica a Zunzunegui de militante falangista y autor
de relatos “de estilo muy zafio y pobre
imaginación sicológica aunque de cierta fuerza realista en sus escenas”.
¡Un
autor de ideología falangista, zafio estilo, escasa penetración psicológica y crudo
realismo! ¡Qué tremendas descalificaciones, a cual de ellas más horrible! Desde
que leí este breve comentario de la obra de Zunzunegui, no pude evitar sentir la
tentación de asomarme, bien que con las debidas precauciones, a tan abominable
obra literaria.
En
casos de sanciones críticas tan severas, abogamos siempre en este blog por hacer caso omiso de tópicos
prejuicios y acudir a la lectura de los textos sin valoraciones preconcebidas. En
esta revisión personal de nuestros autores, la riqueza de nuestra literatura siempre
podrá depararnos gozosos descubrimientos y nuestra valoración particular como
lectores directos de una obra podrá reparar injustas descalificaciones y
lamentables olvidos.
Zunzunegui,
desde luego, militó en la corte literaria falangista, al igual que otros
grandes prosistas de nuestras letras, hoy, a veces, injustamente preteridos: Rafael Sánchez Mazas, Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, Eugenio Montes, Agustín de
Foxá, Rafael García Serrano, César González Ruano, etc.
Sin
embargo, El chiplichandle no es primordialmente
una novela de tesis política, ni se desarrolla en ella alegato alguno pro
falangista. Conviene aclarar, a este respecto, que El chiplichandle fue escrito en el período 1932-1935, aunque la
novela sería publicada en 1941 con posterioridad a la Guerra civil. Por lo
tanto, la gestación de esta novela coincide cronológicamente con el nacimiento
de la Falange en 1933 y es ajena al maniqueísmo de la literatura del conflicto
bélico posterior.
El chiplichandle es la
segunda narración extensa del autor, que ya antes de la contienda civil había
publicado su primera novela, Chiripi
(1931), con prólogo de Miguel de Unamuno
(1864-1936). Entre ambas novelas, Zunzunegui publicó Tres en una (1935), colección de relatos cortos sobre la ría de
Bilbao.
Con
su característica inclinación hacia el lenguaje marinero, Zunzunegui dividía la
“flota” de sus libros en tres clases
de navíos: "de gran tonelaje",
"de pequeño tonelaje" y "embarcaciones auxiliares". Al
primero de estos grupos corresponde El chiplichandle,
novela extensa dividida en cinco capítulos, llamados aquí, con la jerga marina,
“singladuras”.
La
obra versa, fundamentalmente, sobre un tema recurrente en el mundo narrativo de
Zunzunegui: su Portugalete natal, el abra de su puerto y, por extensión, la ría
bilbaína. Fueron tres las novelas portugalujas del autor: El chiplichandle (1940) y El
barco de la muerte (1945) y La
úlcera (1948), aunque el ambiente marino estuvo también presente en otras
obras suyas.
La
novela se subtitula “acción picaresca”
y, en efecto, en ella se narran las andanzas del pícaro proveedor de buques
Joselín desde sus comienzos como ship-chandler
durante la Primera Guerra Mundial
(1914-1918) hasta su encumbramiento político como gobernador civil de Soria durante
el Bienio radical-cedista (1934-1936).
La
narrativa de Zunzunegui fue muy proclive a la crítica social con protagonista
picaresco: así, por ejemplo, ocurre con el Cotufas en La vida como es y en otras obras también con personajes de los
bajos fondos.
La
prosa de Zunzunegui se nos presenta en El
chiplichandle con una singular textura en la que se combinan una serie de
rasgos característicos del estilo del autor.
Un
aspecto visual de la página que, a veces, recuerda los experimentos
vanguardistas con frecuentes cambios de tipografía y reproducciones de: tarjetas
de visita, anuncios de prensa, jeroglíficos, figuras, etiquetas, letreros, listados,
censos, etc.
A
esta impresión plástica de collage,
contribuyen, también, las numerosas y variadas citas poéticas de: Góngora, Rubén Darío, Santos Chocano,
Antonio Machado, Alberti, Jorge Guillén, Shelley, Valéry, Mallarmé, Baudelaire, el
romancero clásico, zorzicos en euskera, etc.
A
propósito de la cita de Shelley, ¡qué hermosos párrafos dedica Zunzunegui a
narrar la incineración del cuerpo del poeta a cargo de Lord Byron y Edward Trelawny!
En
el lenguaje de Zunzunegui florecen abundantes neologismos por adopción de
términos coloquiales o derivación léxica: “…apura
la copa de benedictino hasta las escurrimbres”;
“El mar y los montes devuelven, ecoicamente, al reloj de la iglesia
tres campanadas”; en cuanto atracaba un barco con carbón en el puerto “era merodeado
de botecillos y chanelas”; el monte Serantes “surgió a sotavento, engorguerado
de niebla”; etc.
La
riqueza de su lenguaje persigue la concisión, la precisión y el impacto
poético. Así, por ejemplo, para señalar el umbral o la entrada, se refiere a “el lindar
de las tabernas”; para indicar que llovía mansamente, observa que “orvallaba
mollino”…
Su
tendencia a la frase concisa y densa de sentido fructifica en frecuentes
aforismos líricos con rápidas pinceladas descriptivas en las que se asocian
sugestivamente imágenes distintas: “La
lluvia encarcela el paisaje entre móviles barrotes”; “Pasa una avioneta crucificando la mañana”; ”; “El sol pone ya su delantal de sombra a la plaza”; “Las gaviotas movían su torpeza palmípeda en
el aire pulcro”; “El bote cortaba en acuática cirugía el cuerpo, siempre joven,
del mar”; “Los cohetes colgaban del
pecho del cielo fugaces gaiterías”; “El
faro de punta Galea hablaba, en su giratorio idioma, a las sombras”; la
mañana comienza “cuando los escritorios
abren sus bocas sanas enseñando los dientes de sus máquinas de escribir”; etc.
Son
fulgurantes fucilazos expresivos que, inevitablemente, recuerdan las greguerías
de Ramón Gómez de la Serna (1888-1963),
aunque, sin duda, en el caso de Zunzunegui, la raíz literaria de estas imágenes
habrá que encontrarla en Francisco de
Quevedo (1580-1645) y otros conceptistas del Barroco literario español.
Las
descripciones de paisajes y ambientes se reducen a telegráficos apuntes
líricos, en los que a Zunzunegui interesa siempre destacar los matices de la
luz y el aire: “La mañana trae ya sobre
su grupa finos aires”; “El horizonte
devolvía alimonados temblores”; etc.
La
observación de Zunzunegui es aún más delicada en la captación de los matices
del mar: “El cielo era sobre el Abra de
un azul tenso, y las aguas repetían este azul con una tozudez de espejo”,
etc.
La
descripción física de los personajes nunca es detallada al modo realista sino
que se concentra, igualmente, en la rápida apreciación de un rasgo
característico. Así, Zunzunegui muestra en un veloz apunte la sensualidad de la
camarera Flora, mientras ésta sirve mesas en la taberna de Ramón: “Flora adelanta el cuerpo bajo un cuchillo
de estupores y en él los pechos, bocinas del sexo, tiene el tamaño de las
mandarinas”.
La
caracterización de la “elástica
arquitectura” de Flora, inevitablemente, en la prosa de Zunzunegui deriva
hacia la ágil y atrevida metáfora: “Ojos
furvos, frescos y densos; boca exacta, sólida y jugosa. Los besos más
atrevidos, los besos más audaces, descansan en esta boca, como en una alcándara
los halcones. Para robarlos se precisa una habilidad de cetrero”.